Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La irrelevancia de 'Pesadilla en el paraíso': por qué Telecinco no logra replicar el tirón de 'Supervivientes'

Carlos Sobera en 'Pesadilla en el Paraíso'
Carlos Sobera en 'Pesadilla en el Paraíso'
Mediaset
Carlos Sobera en 'Pesadilla en el Paraíso'

Telecinco se ha acostumbrado a sostener su programación anual con una carrera de relevos de realities, que iban alimentando la oferta estelar del canal. Hasta ahora, la inversión en un solo formato podía rellenar varios horarios de prime time con diferentes versiones de lo mismo. Pero ya no funciona la tele-realidad de encierro como antes. Bastante ha tenido la sociedad confinada en 2020, la audiencia quiere evadirse sin las claustrofobias de la convivencia entre cuatro paredes. 

Como consecuencia, este curso, en Mediaset han intentado reinventar su fórmula intentando clonar en territorio patrio Supervivientes, único reality con directo que sigue funcionando, entre otras historias, porque no huele a reclusión. Así ha surgido Pesadilla en el paraíso. Un reality de famosos aprendiendo a ser granjeros con Lara Álvarez en una palapa andaluza y Carlos Sobera en el decorado multiusos de Madrid. Pero el sucedáneo no ha interesado. De hecho, ni se entiende. Porque ni contextualiza bien la granja ni los famosos son realmente famosos.

A Telecinco le cuesta escapar de su burbuja de personajes de las arenas movedizas de una fama fácil que se inventó en la propia cadena y con la que cada vez es más difícil que empatice la audiencia generalista. Se les ven las costuras, pues van a concursar sintiéndose expertos en tele. Incluso creen saber lo que espera la cadena de ellos. Y, así, sólo reproducen las mismas estrategias del ya añojo Gran Hermano. Tácticas que hasta verbalizan para un mayor descrédito del género de la tele-realidad. Mientras tanto, los guionistas se atoran en replicar las peleas de siempre. Como si nadie tuviera tiempo para pararse a pensar que lo realmente interesante para que fluya la espontaneidad sería sacar de su área de confort a los concursantes mezclando a unos y otros con los maestros del oficio que hay detrás de una granja.  Que no es sólo hacer un queso.

Pesadilla en el paraíso, en cambio, se queda en la superficie del tópico exótico, paleto y retrógrado del sector primario. También olvida la importancia de ubicar al espectador en la localización para que no se sienta desorientado durante la emisión. En un programa con exteriores es vital incidir en cómo es un paraje para que la audiencia puede entender y hasta aspirar a lo bello y duro de la experiencia a la que asiste.

Como una película de acción, Supervivientes te muestra la isla en efectista plano general y, después, la crudeza de vivir allí en íntimo primer plano. Los concursantes quedan transparentemente hechos polvo a ojos del espectador, con abundantes kilos de menos, más patas de gallo por tanto sol, melenas asalvajadas, barbas indómitas, nervios a flor de piel y miradas de hastío que evidencian que la dureza del concurso no es una falacia.

El espectador está inmune a los moldes para captar su atención de la tele-realidad, pero llega Supervivientes y entra hasta dentro de la historia. Porque siente que asiste a un aventura real con famosos -o aspirantes a famosos- pringados hasta las trancas de barro y salitre. 

Sin inversión en pruebas espectaculares, sin involucrar al personal con los avances en el aprendizaje del día a día de una granja, sin concursantes que no pretendan ser un famoso de Mujeres y hombres y viceversa, Pesadilla en el paraíso se ha quedado en la irrelevancia del griterío que ya sólo aturde a una audiencia que espera algo más de la televisión. Para gritar sin que nadie te escuche ya está Twitter.

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