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Cómo se trabaja la integración sensorial en niños con discapacidad intelectual: "Se buscan estrategias para ser lo más funcional posible"

Clase de integración sensorial en un colegio de educación especial
Clase de integración sensorial en un colegio de educación especial
GUADALUPE RÍOS
Clase de integración sensorial en un colegio de educación especial

Todos recibimos estímulos continuamente a través de nuestros sentidos. El cerebro los procesa y responde de forma adaptativa a ellos, en un inconsciente proceso neurológico al que llamamos integración sensorial y que nos permite, por ejemplo, apartar la mano al tocar un vaso ardiendo o ponernos cascos con música porque nos desagrada el ruido.

Los estímulos llegan a través de los cinco sentidos básicos (vista, oído, olfato, gusto, y tacto), y de otros sistemas, encargados de darnos la información de nuestro cuerpo de forma inconsciente y que afectan más a nuestro desarrollo óptimo porque, cuando uno de ellos falla, afecta a los demás. Estos son:

  • Propioceptivo: sistema regulador del cuerpo, encargado de darnos la información de la posición de todas las partes de nuestro cuerpo. Nos permite realizar actividades como coger el lápiz sin apretar demasiado, vestirnos o mantener posiciones estáticas.
  • Vestibular: se encuentra en el oído interno y nos proporciona la conciencia del movimiento, la gravedad y el equilibrio. Es el encargado de que podamos usar las dos manos de forma conjunta o de que podamos aprender a leer y escribir.
  • Interoceptivo: unido al sentido del tacto, nos da la sensación de temperatura, dolor, cansancio, sueño, las ganas de ir al baño o el hambre y la sed.

Las personas con discapacidad intelectual suelen tener, con frecuencia, una mala integración sensorial: "Existe un problema cuando les afecta en la realización de las rutinas diarias. En el caso de niños y adolescentes, cuando les influye en su desempeño en el aula porque afecta a su nivel de atención", explica Inmaculada Galán, terapeuta ocupacional especializada en integración sensorial.

Una teoría diseñada para niños con TEA

La teoría de la integración sensorial fue desarrollada en Estados Unidos a partir de la década de los 60 por la terapeuta ocupacional Jean Ayres. La profesional trabajó con niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA) y percibió que muchos de sus comportamientos estaban directamente relacionados con sus habilidades perceptivas y motoras.

La integración sensorial ha dado explicación a conductas estereotipadas que no sabíamos por qué se daban

Aunque los estudios inicialmente se hicieron con niños con autismo, esta teoría se aplica también a otros síndromes como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). "La teoría de la integración sensorial ha dado muchas explicaciones a ciertas conductas estereotipadas o disruptivas que no sabíamos por qué se daban y que, con modificación de conducta, no se conseguían cambiar. Se ha visto que en chavales con TEA y TDAH su cerebro funciona de una manera distinta al nuestro, registra de una manera distinta y da una respuesta adaptativa distinta", explica la terapeuta ocupacional.

Los niños con una mala integración sensorial suelen ser hiper o hiposensibles, es decir, tienen un aumento o una disminución de su capacidad de percepción. Esta condición deriva en una afectación de su nivel de alerta, de su estado emocional y de su conducta. "Hay chavales que solamente con probar un trozo de un alimento vomitan u otros que simplemente con bajar la mirada a un papel y volverte a mirar se pierden en su hoja, y eso les influye mucho en la adquisición de la lectura y la escritura", explica Galán. Por tanto, les hace no ser funcionales.

Una mala integración sensorial se puede dar también en personas sin ningún tipo de discapacidad. "Puedes tener defensividad táctil y que el hecho de usar plastilina te dé tanto asco que vomites", cuenta la terapeuta ocupacional. La diferencia, explica, es que "las personas, normalmente, suelen ser funcionales porque tienen estrategias para ser capaces de funcionar en su desempeño". 

Signos de alerta

Hasta los 6-8 años, el cerebro de un niño tiene una mayor plasticidad y, por tanto, es más fácil cambiar ciertos patrones neuronales y poder realizar una respuesta adaptada a su predisposición genética. Por ello, es importante que los padres conozcan ciertos signos que les puedan alertar de que su hijo tiene una mala integración sensorial.

A nivel auditivo, por ejemplo, que "cuando haya un ruido de ambiente se lleve las manos fuerte a los oídos, puede ser sospecha de hiperacusia".  En cuanto al campo visual, "una autoestimulación porque miran, giran la cabeza, se quedan mirando las luces….". Por otro lado, a nivel táctil, "que haya ciertas texturas que no le gusten, problemas con la pasta de dientes, el gel, lleve mal que le toquen…". Además, en cuanto al sistema vestibular, que "giren continuamente y, de repente, se levanten y caminen tan campantes o, al contrario, ser demasiado sedentarios".

El perfil sensorial y la intervención

Inmaculada trabaja en el Colegio de Educación Especial Los Álamos (Madrid), de la Asociación Sí Puedo, especializado en niños con discapacidad intelectual. En el centro, explica, el profesional realiza un perfil sensorial del alumno cuando sospecha que puede tener una mala integración sensorial. Este perfil analiza el funcionamiento de todos los sistemas sensoriales a través de una serie de enunciados abiertos que hay que puntuar: "Son afirmaciones tipo 'con cualquier ruido se descentra' o 'busca subir el volumen más alto".

Uno de estos perfiles lo realiza el profesional y otro los padres que, como se relacionan con su hijo en más ámbitos, conocen otros aspectos de él. Dependiendo de la puntuación, se determina qué perfil sensorial tiene el niño y qué sistemas son los que tiene afectados. Según el patrón de procesamiento que tenga el niño, existen cuatro tipos de perfil sensorial:

  • Perfil de registro: umbral de alerta muy alto y conducta pasiva.
  • Perfil de buscador: umbral de alerta muy alto y conducta activa.
  • Perfil de sensibilidad: umbral de alerta muy bajo y conducta pasiva.
  • Perfil de evitación: umbral de alerta muy alto y conducta activa.

En función del perfil, se elabora una dieta sensorial, esto es, una serie de estrategias que el tutor puede utilizar en el aula. "Lo que nos ocurrió con uno de nuestros alumnos era que tenía mucha necesidad de movimiento, era un perfil de buscador y en la clase estaba desajustado porque se movía tanto de la silla que se caía muchas veces y no era capaz de concentrar la vista. Conseguimos que identificara qué es lo que él necesitaba y se hicieron adaptaciones dentro del aula, como moverse cuando lo necesitaba o sentarse cerca del profesor. Conseguimos que estuviera más ajustado". Esta intervención depende, además, del síndrome del niño y de su cociente intelectual.

Clase de integración sensorial
Clase de integración sensorial
GUADALUPE RÍOS

En el caso de una clínica o un centro de atención temprana, la intervención se realiza en una sala de integración sensorial, que se parece a una clase de psicomotricidad porque utiliza elementos como colchonetas, escaleras, rampas, bloques, pero también una piscina de bolas, camas elásticas y un sistema de anclajes en el techo para colgar columpios.

En la intervención, se elabora un plan de actuación de un máximo de tres años, con protocolos muy concretos para trabajar el sistema que necesita mejorar más el niño, durante una o dos sesiones semanales, dependiendo del caso. "Se trabaja a través de juegos siempre con el material, para que el chaval vaya poco a poco entrando y buscando estrategias, tanto él como la familia, para implementar en su día a día y ser lo más funcional posible", cuenta Inmaculada. Además, "se trabaja junto con las familias, que nos dan mucha información, porque a lo mejor le has dado mucho input al niño de algo que necesitaba y te sale rebotado y está después muy bajito o súper activado".

Inmaculada en terapia de integración sensorial con dos alumnos
Inmaculada en terapia de integración sensorial con dos alumnos
CEDIDA

La integración sensorial se desarrolla desde el feto y se puede trabajar desde bebés aunque, subraya la terapeuta ocupacional, "necesitamos que haya una parte volitiva, actitud de querer participar. En el caso de un bebé lo que se tiene en cuenta es lo que le gusta o no". También se puede intervenir a adultos, sobre todo para identificar qué sucede y qué estrategias se pueden llevar a cabo. "Es difícil en este caso que haya cambio neuronal porque el cerebro no es tan plástico como cuando son pequeños", añade.

Mejora en su vida diaria

Tras la terapia, el niño podrá crear ciertos patrones de conducta y desarrollar respuestas adaptativas. "Puede seguir teniendo esa defensividad o esa tendencia a buscar pero ya va a tener las estrategias para hacer lo que necesita y estará todo más ajustado", cuenta Galán.

De esta forma, será un niño más funcional y autónomo en su día a día y se potenciará su aprendizaje en el aula: "Podrá mantenerse sentado y estar escuchando o atendiendo a la tarea que tenga que hacer". Además, será capaz de desarrollarse de forma adecuada en el juego y evitaremos que sufra un rechazo social.

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