Desde la presidencia de los EEUU, Donald Trump catapultó el término fake news a la fama. Contrariado por las noticias que publicaban periódicos de solvencia contrastada, como The Washington Post y The New York Times, ofreció una rueda de prensa en la que acusó a diversos medios de comunicación de propagar noticias falsas generadoras de violencia.
El concepto fake news se popularizó y hoy cualquier información, mensaje o noticia no suficientemente contrastada puede ser etiquetada como tal. El fenómeno no es nuevo. La difusión de bulos malintencionados, o engañosos, está documentado desde la antigüedad, pero el alcance efectivo de los mismos está relacionado con los mecanismos de información específicos de cada etapa histórica.
A medianos del pasado siglo el jerarca nazi, Joseph Goebbels, desde la radio, manipuló y adoctrinó a miles de alemanes. Posteriormente, en pleno siglo XXI, otros también lo han intentado desde la televisión. Pero es en redes sociales, como Twitter, que los niveles de manipulación adquieren una difusión peligrosa.
El anonimato fabrica desaprensivos. Lo pudimos comprobar con la Covid, el volcán de la Palma, las vacunas o los menores inmigrantes
El anonimato fabrica desaprensivos. Lo pudimos comprobar con la Covid, el volcán de la Palma, las vacunas o los menores inmigrantes. Así las cosas debemos congratularnos de que un juez de la Audiencia de Barcelona, haya condenado a un tuitero por difundir un vídeo falso y xenófobo.
Intuitiva, Hannah Arendt, cuando decía: "Esperar que la verdad salga del razonamiento es confundir la necesidad de pensar con la urgencia de conocer".
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