OPINIÓN

La sopa de letras

Pere Aragonès, tras la primera reunión del nuevo Govern.
Pere Aragonès, en rueda de prensa
ACN
Pere Aragonès, tras la primera reunión del nuevo Govern.

El ejercicio de la política nos ha llevado en los últimos años a asumir con normalidad lo que en otro tiempo se consideraba inconveniente. Un ejemplo es la proliferación de partidos que han aterrizado en las instituciones. En los albores de la Transición se presentaban a las elecciones tantas siglas que se hablaba de la "sopa de letras" que los españoles tenían que descifrar para decidir su voto. Ahora no es muy distinto, y tenemos una veintena de formaciones políticas con representación en el Congreso de los Diputados, lo que ha devenido en el primer Gobierno de coalición de la democracia.

Ya resultó inaudito que en 2018 Pedro Sánchez se animara a presentar una moción de censura cuando el PSOE solo tenía 84 diputados de los 350 que conforman la cámara. Aún más inaudito fue que la ganara en esas condiciones. Y ahora asistimos a un ejemplo de temeridad de Pere Aragonès en Cataluña: pretende gobernar en ínfima minoría, cuando su partido tiene 33 diputados de los 135 que componen el parlamento autonómico. Y quizá lo consiga, vaya usted a saber.

Los españoles parecemos haberle cogido el gusto a la variedad política extrema. Y no es algo que nos defina solo a nosotros, porque ocurre en buena parte del mundo occidental. En Suecia, por ejemplo, se va a formar un gobierno con tres partidos que van desde el centro a la derecha, apoyados desde fuera por una formación de extrema derecha. ¿Tantas diferencias ideológicas tienen como para que se necesiten cuatro partidos que abarquen ese espacio político? En Italia son tres. En España, el PSOE comparte el Consejo de Ministros con Unidas Podemos, que es un conglomerado de varios grupos y grupúsculos. Por tanto, la coalición lo es, en realidad, de más de dos partidos.

Solo en el mundo anglosajón sigue vivo el bipartidismo. Tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos predominan dos partidos que, en realidad, son grandes contenedores en los que caben las posturas centristas y las extremistas. Mantienen sus luchas internas y, una vez que las resuelven mediante procedimientos democráticos, ofrecen a los votantes un único candidato.

Aquí, a menudo, las disputas se resuelven con escisiones en los partidos para crear más partidos que den satisfacción a quienes aspiran al liderazgo y no lo consiguieron en la formación política de la que se fueron. Aparecen nuevas siglas, normalmente con dimensiones de militancia diminutas, que a su vez reducen el tamaño del partido más grande y lo debilitan, lo que deriva en gobiernos de coalición con sus correspondientes conflictos, porque nadie está dispuesto a renunciar a su cuota de protagonismo. Es el signo de los tiempos, y es la decisión de los votantes. Así sea, pues.

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