El regreso a casa de las refugiadas Anastasia, Tetiana, Katerina y Lena tras un agridulce exilio: "Nunca quise emigrar, adoro mi ciudad"

Anastasia, con su hija
Anastasia, con su hija
CEDIDA
Anastasia, con su hija

“Cuando regresé me sentí feliz por primera vez en muchos meses. Cobro menos aquí, pero no necesito ni dinero, ni Europa. Es mi casa”, dice Anastasia, una farmaceútica de 27 años de Novomoskovsk, una ciudad cerca del Dnipro. Emigrar nunca estuvo en sus planes. Pero los misiles volando sobre sus ciudad, los bombardeos y las explosiones le obligaron a empacar sus enseres y huir.

El anhelo de Anastasia lo suscribe la encuesta de ACNUR difundida en julio que revela cómo la mayoría de refugiados que dejaron atrás Ucrania desean ahora regresar a su país. Así lo refrenda también la aduana ucraniana: al país regresan ahora más personas de las que salen.

Anastasia recuerda aquel día que cerró la farmacia y dijo: "Lo siento, pero me voy". Cogió a su hija de 6 años y se fue a la estación de tren de Dnipro. Solo tenía una amiga en otro país, en Alemania, el segundo que más refugiados acogió (el primero fue Polonia) tras la invasión rusa. Durmieron dos días en el pasillo del tren acompañadas por el ruido de las ventanas rotas, pero lograron ponerse a salvo y formar parte de la triste estadística de 5,8 millones de personas que abandonaron el país.

Alemania no se convirtió en su nueva patria. Anastasia rechazó la ayuda social por los comentarios que le hacían “los rusos que vivían en Berlín”. Había enfrentamientos en las manifestaciones contra el ataque de Putin, en la calle, en las tiendas, incluso recibía amenazas en las redes. "Nos decían que nos fuéramos a nuestra casa. Que vivíamos gracias a sus impuestos y su dinero”, recuerda. Así que decidió que no quería "caridad" y empezó a trabajar de señora de limpieza en un hotel cobrando el salario mínimo. También quería ocuparse cuanto antes para distraerse de las terribles noticias de Bucha. La volvían loca y pasaba los días llorando.

Nos decían que nos fuéramos a nuestra casa. Que vivíamos gracias a sus impuestos y su dinero

La situación no ha sido fácil para los refugiados pese a que algunos voluntarios rusos contrarios a Putin les ayudaban. Otros no hacían lo mismo. En Berlín y Atenas hubo insultos mutuos y amenazas en las manifestaciones contrarias a la guerra (o favorables al régimen ruso). En las redes se hizo viral el vídeo de un ruso que llamaba "nazis" en Alemania a una madre y a su hijo por gritar “Gloria a Ucrania” en la calle. 

En otro video, este grabado en Suecia, una rusa de 70 años llamó “putas", "fascistas" y "friegasuelos” a todas las ucranianas que llegaron al país mientras cogía la bandera de Ucrania y la pisoteaba.

Anastasia, con su hija
Anastasia, con su hija
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No fue el caso de la amable y hospitalaria familia alemana que acogió a Anastasia; rechazaron el piso que les ofrecía el Gobierno alemán para albergarlas y hasta se negaban a aceptar el alquiler que se ofreció a pagar Anastasia. Pero algo cambió con el paso del tiempo. La familia le dejó de hablar y colocaron “pancartas señalando zonas privadas de la casa”. Anastasia sintió entonces que ya no era bienvenida en ese hogar. Su hija, que estudiaba en una clase de integración con niños de diferentes países, empezó a sufrir bullying, la pegaron y rechazó volver a su clase.

“Se acumuló todo y tuve que empezar desde cero otra vez: buscar un piso, buscar otro trabajo para mantenernos y buscar a alguien que me cuidase a mi hija mientras estaba en el trabajo", recuerda. "Me sentí muy deprimida y lo único que quería era volver a mi casa". Y así lo hizo. Anastasia dice que no está arrepentida de haber decidido regresa: lo primero que hizo al legar fue comprarse un perro y por fin, dice, se siente "feliz".

Kateryna, de 22 años, estudiante de psicología y trabajadora en un centro de refugiados en Estonia, asegura que la emigración forzada ha sido una experiencia muy traumática para muchos ucranianos. Mucha gente no conocía el idioma, especialmente, la gente mayor. Tenían sus casas, sus negocios, algunos no habían salido nunca de sus ciudades y no sabían cómo empezar desde cero. 

La mayoría de los exiliados era mujeres con hijos porque a los hombres se les prohibía salir del país. Una situación difícil: solas con hijos a cargo y sin ningún apoyo. “Organizamos los cursos para ayudar a adaptarse a los refugiados e integrarse a la sociedad, pero cuando hicimos una llamada dentro de un par de meses para saber cómo estaba la gente, la mitad ya había vuelto a Ucrania. Dijeron que no podían más”, comenta Kateryna.

En apenas dos meses la mitad de los emigrantes ya había vuelto a Ucrania. Decían que no podían más

Kateryna se fue de Ucrania en marzo, pero ahora ha regresado y vive a las afueras de Zaporiyia, a solo unos kilómetros del frente de batalla. La salud mental primó en su decisión: no podía dormir y tenía ataques de ansiedad. Recuerda como marchó a Alemania con una amiga pero una cola enorme le impidió conseguir papeles. Entonces se fueron a Estonia. Hace dos meses regresó al oeste de Ucrania para ver a su novio y volver de nuevo a Estonia fue duro. “Ahí es cuando decidió quedarme. Nunca quise emigrar, adoro a mi ciudad. Y ahora estoy aquí acostumbrándome a las sirenas”.

La historia de Tetiana a sus 38 años y con tres hijos judeo-ucranianos es  distinta. Israel les propuso varias veces repatriarlo pero ella se negaba a abandonar Ucrania porque entonces "solo podría volver como turista y no como refugiada”. Como tantos kievitas se escondió a las afueras de la capital junto a sus abuelos durante los primeros bombardeos rusos. Pero la situación empeoró y no quería arriesgar la vida de su familia. Huyó primero a Truskavets (al oeste de Ucrania) y luego a Republica Checa. Su marido se alistó en las Fuerzas Armadas ucranianas.

Los tres hijos de Tetiana
Los tres hijos de Tetiana
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“Toda la gente ha sido maravillosa, hasta los rusos nos ayudaron con lo que podían”, dice Tetiana. Su experiencia como Project Manager de Danone le facultó para organizar un sistema de voluntariado para repartir medicamentos y logística para la defensa de Kiev. "Pero siempre supe que sería algo temporal”, admite.

Paradójicamente, para muchos ucranianos la guerra se ha convertido en una oportunidad de empezar la vida desde nuevo, buscar oportunidades mejores y salir adelante. Es el caso de Lena, de 33 años y procedente de Donetsk. Para ella ha sido el segundo exilio después de que los separatistas anunciaran en 2014 la independencia de su ciudad natal.

Desde entonces se ha dedicado al sector turístico y la guerra le pilló regresando a Turquía desde Ucrania. Así que cambió el rumbo. Se fue a Dinamarca. "Un país con gente feliz y poco paro", dice. Al final es trabajo no cualificado, pero no pierde la esperanza de encontrar uno mejor. “La vida me enseñó que el trabajo duro ayuda a salir de situaciones difíciles. Y la gente nos ayuda y apoya, así que no estamos solos en esto”, dice Lena, que no piensa volver a Ucrania de momento y cree que, por fin, ha encontrado su casa.

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