Borja Terán Periodista
OPINIÓN

De dónde nace el odio a las notas de voz

Una nota de voz que se fue de las manos.
Una nota de voz que se fue de las manos.
Efe Suárez
Una nota de voz que se fue de las manos.

Las notas de voz tienen mala prensa. ¿Por qué? Quizá porque nos obligan a dedicar tiempo al otro. Incluso parece que molesta que nos pidan pararnos a escuchar. No estamos para esas.

Las nuevas dinámicas de consumo audiovisual nos han convertido en más impacientes que nunca, las redes sociales insisten en resumir la realidad en 280 caracteres. Pero así la realidad queda coja. La prisa de escritura y lectura hace saltar los matices por los aires. Perfecto para que la indignación se expanda y la empatía se desvanezca.

Entre tanto ruido, fanfarroneamos de rechazar notas de voz. Egoístamente, claro. Tal vez estemos picando el anzuelo de un individualismo que cree no necesitar escuchar a los demás. Para qué. Sentimos que tenemos más voz que nunca, nos creemos estar atendidos por el resto del mundo a través de nuestras cuentas de Twitter, Instagram o lo que sea. Aunque, al final, la mayor parte del tiempo sólo estemos escuchándonos a nosotros mismos.

"Benditas notas de voz, que son como cuadros impresionistas porque tienen sus tracitos más gruesos y más finos", me dice Màxim Huerta en un intercambio de notas de voz en forma de abrazos. Recibir un audio de un amigo, familiar o conocido es como encontrarse con todos los rincones y texturas de la argumentación. El tono, la pausa, el requiebro en busca de la palabra correcta...

La nota de voz convierte al intercambio de ideas en más próximo y menos furioso. La nota de voz nos hace conectar, entendernos. Saber que estás ahí, aunque estés lejos. Pero, paradójicamente, el uso del teléfono móvil ya funciona principalmente al galope visual. Y el audio no se puede leer a golpe de vista. Por eso mismo, los malentendidos o los propios bulos se expanden con tanta sencillez en la sociedad actual: el usuario consume impactos visuales a tal velocidad que es fácil ofenderse más que comprenderse. Porque el diálogo no suena igual con la verdad de las entonaciones que con la frialdad de las abreviaturas. Ni siquiera con la ayuda del emoticón de llorar de risa que todo lo pretende relajar. Aunque en la vida real nadie se ría como ese dibujo.

Quizá no siempre haya tiempo para llamarse. Nos queda esa buena educación del temor a interrumpir o molestar. Sin embargo, los recovecos  sonoros de la nota de voz, que se puede escuchar cuando el receptor quiera, son un salvavidas para entendernos. Si quisiéramos tener tiempo para entendernos, claro. 

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