
No es normal que estemos en mayo y parezca julio, que el verano se coma a la primavera, que de un día para otro hayamos cambiado la calefacción por el aire acondicionado, el abrigo por las bermudas, las bufandas por el abanico.
No es normal que las noches tórridas sean más numerosas que las noches heladoras, que estemos más a gusto en una terraza que en nuestra propia casa, que las calles se hayan convertido en hornos infernales que cruzamos a la carrera como si hubiera francotiradores apostados en las azoteas.
No es normal que los españoles dediquemos 5 horas diarias a los teléfonos móviles y sus distracciones asociales, 4 horas diarias a ver tele y series interminables, que nuestras horas despiertos estén monopolizadas por las pantallitas, que cada vez durmamos menos y peor.
No es normal que trabajemos más horas, que no podamos desconectar y el trabajo nos tenga esclavizados, que no paren de llegarnos mensajes igual de día que de noche, que lo urgente haya sustituido a lo importante porque hace ya mucho que dejó de serlo.
No es normal que cada vez haya más coches en unas ciudades cada vez más atestadas de coches en los que como mucho va una única persona que consume interminables horas en atascos y otras tantas buscando sitios donde aparcarlo, gastando una gasolina cada vez más cara.
No es normal que nos pasemos el tiempo diciendo que no tenemos tiempo mientras perdemos tanto el tiempo en tantas cosas para las que no merece la pena gastar tiempo.
No es normal que la frase más repetida por todos sea «no me da la vida», porque si no te da la vida es que no tienes vida, y vivir así no es morir de amor, es morir de puro tonto. Pero tampoco es normal que no podamos escapar de tanta anormalidad.
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