Helena Resano Periodista
OPINIÓN

15 años sin Maddie

Imagen de archivo de Madeleine McCann.
Imagen de archivo de Madeleine McCann.
AGENCIAS
Imagen de archivo de Madeleine McCann.

Una semana antes de que Madeleine McCann desapareciera en el Algarve portugués, mi marido, mi hija de 4 años y yo, embarazadísima entonces de mi segundo hijo, habíamos estado en un complejo de apartamentos muy parecido a ese y no muy lejos de donde ocurrió todo. Recuerdo que cuando escuché la noticia, ya en Madrid, me quedé paralizada y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Mi hija era un poco más mayor que Maddie y solo pensar que podía haber sido ella me dejó una sensación de miedo y de inquietud. Su caso, además de toda la expectación mediática, lo seguí con especial atención porque me generaba inquietud: ¿cuánto de inseguro podía ser el mundo, un lugar idílico de vacaciones, para una familia normal, como la mía o la suya? ¿Ni siquiera ahí podíamos relajarnos un poco, dejar de preocuparnos por todo?

Recuerdo que a todos nos llamó la atención la despreocupación con la que los padres y el grupo de amigos se iban a cenar dejando a los niños en la habitación antes de que ocurriera todo. Era en el restaurante del complejo hotelero, y supongo que entendían que no había ningún peligro. A muchos nos parecía impensable poder cenar así de tranquilos, no ya porque pensáramos que alguien pudiera entrar en la habitación y llevárselos, como se supone que ocurrió. Sino porque eran tan pequeños que cualquier cosa, una caída de la cama, un llanto, que se levantaran y se despistaran por la habitación, era ya de por sí algo que te inquietaba. Pero ellos lo tomaban como algo habitual y lo hicieron varias veces, una de ellas, la noche en que Maddie desapareció.

A los padres se les sometió a todo tipo de juicios. Se examinó cuál era su relación, cómo gestionaban su maternidad

Durante los días posteriores a su desaparición a los padres se les sometió a todo tipo de juicios. Se examinó cuál era su relación, cómo gestionaban su maternidad, qué acceso tenían a ciertos medicamentos, se especuló que usaban algún tipo de relajante o somnífero para que los niños cogieran el sueño. Se les puso en el punto de mira, se les juzgó, se analizó cada gesto cada vez que salían de su apartamento y hablaban ante los medios, siempre con un oso de peluche, el de Maddie, estrujado contra su pecho. La policía portuguesa los colocó en el centro de todas las sospechas. Habían aparecido restos de ADN de Maddie en el coche, flujos, pero no había nada más. Y en medio del dolor, los padres tuvieron que demostrar su inocencia.

Ahora, 15 años después, hay un nuevo sospechoso. Un alemán, con antecedentes por abuso, que, en aquellas fechas, estaba cerca de donde ocurrió todo. Maddie habría cumplido 18 años. Toda una vida sin ella. Sus padres se perdieron su infancia, su adolescencia, sus sueños, sus miedos, sus noches en vela pensando qué haría en el futuro, su primer amor… Y sigo sin poder imaginar el dolor de tanta ausencia.  

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