Afganistán: pactar con el Diablo

Imágenes de las calles de la ciudad de Kandahar bajo control talibán. Los soldados vigilan en sus puestos y entre los transeúntes se muestra una ausencia total de mujeres.
Imágenes de las calles de la ciudad de Kandahar bajo control talibán. Los soldados vigilan en sus puestos y entre los transeúntes se muestra una ausencia total de mujeres.
Imágenes de las calles de la ciudad de Kandahar bajo control talibán. Los soldados vigilan en sus puestos y entre los transeúntes se muestra una ausencia total de mujeres.

No siempre los servicios de inteligencia hacen honor a su apellido. El Pentágono calculó entre 30 y 90 días el tiempo que tardarían los talibanes en tomar Kabul y los insurgentes barbudos se plantaron en la capital afgana en unas pocas horas. No solo la inteligencia occidental se declaró sorprendida por el fulgurante avance talibán, los propios servicios secretos rusos también previeron que el ejercito afgano opondría alguna resistencia. Y ese fue el error de calculo de los sesudos analistas que imaginaron una resistencia poco menos que numantina de los soldados formados y equipados por occidente frente a una jauría de fundamentalistas maniacos ávidos de sangre infiel. Nadie cayó en la cuenta que ningún ejercito se emplea hasta la inmolación en una lucha que desde el principio se da por perdida.

La vuelta de los talibanes al poder era la crónica de una reconquista anunciada desde el 29 de febrero de 2020 en que el gobierno de los Estados Unidos ,presidido por Donald Trump, firmó en Catar el acuerdo que fijaba un calendario de retirada las tropas norteamericanas de Afganistán tras casi veinte años de conflicto armado. Ese mismo día, el gobierno de Kabul, carcomido por la corrupción reinante en la política afgana, empezó a juntar dinero y preparar maletas para organizar una huida rápida y segura antes de que los talibanes asomaran las orejas por los suburbios de la capital. Ninguno de los políticos que gestionaron la administración afgana, bajo la tutela y protección de los ejércitos occidentales, se haya entre los miles de desesperados que se agolpan en el aeropuerto de Kabul clamando por una plaza en alguno de los vuelos que evacuan a los que huyen de los talibanes. Si quienes les gobiernan son los primeros en salir corriendo, y con ellos los altos mandos militares, no se le puede pedir a la soldadesca comportamiento heroico alguno por muy equipados que estuvieran. En este sentido, no fue del todo justo el presidente norteamericano Joe Biden en meter a todos en el mismo saco al acusar a políticos y soldados afganos de rendirse a los talibanes. Mas acertado y preciso estuvo en cambio el secretario General de la OTAN Jens Stoltenberg cuando achacó el fiasco a la de falta de liderazgo político del gobierno afgano.

La administración norteamericana, antes y después de los pactos de Doha, ha mantenido abierta una línea de negociación permanente y directa con los lideres talibanes en la que seguro ha habido puntos de acuerdo que no se han dado a conocer. En ese entendimiento estaba obviamente contemplado que los insurgentes no pondrían la menor dificultad a la salida de los efectivos militares estadounidenses y su pleno control del aeropuerto mientras dure la evacuación. Pero hay otros aspectos que se intuyen han quedado también perfilados en esa negociación y que afectan al futuro a largo plazo en lo que se refiere a la conexión de Washington con el futuro gobierno de Kabul.

La clave está en la declaración del portavoz del Departamento de Estado norteamericano Ned Price considerando la posibilidad de reconocer al Ejecutivo talibán “si defiende los derechos básicos de su pueblo y no da refugio a terroristas”. Es esta ultima exigencia , y no tanto la primera, mas subjetiva e interpretable, la que realmente marcará lo que ha de acontecer a partir de ahora en las relaciones internacionales con el estado talibán. No solo Washington y sus aliados occidentales trataran de conjurar el que Afganistán vuelva a convertirse en un santuario de terroristas islámicos, tampoco China y Rusia, mas proclives a su reconocimiento diplomático, lo quieren.

La Union Europa contempla los acontecimientos con esa misma preocupación, tras haber sido objeto de numerosos atentados, y por la crisis migratoria que se vislumbra ante la previsible avalancha de refugiados.

La declarac#ión de Josep Borrell manifestando que “los talibanes han ganado la guerra y tenemos que hablar con ellos”, no hace sino constatar la realidad y poner los pies en el suelo para intentar un control de daños lo mas eficaz posible en materia de seguridad en Europa y de derechos humanos para Afganistán, especialmente sus mujeres y niñas. Todos sabemos lo que son y lo que representan estos fanáticos de aspecto y comportamientos ciertamente demoniacos pero es lo único sensato e inteligente que cabe hacer tras el fiasco sin paliativos del mundo occidental

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