El robo de miles de vacunas contra la polio en 1959 que podría servirnos hoy

  • Unas 75.000 vacunas fueron robadas en Canadá durante la última gran ola de polio en el país.
Un niño recibe la vacuna contra la polio en Canadá.
Un niño recibe la vacuna contra la polio en Canadá.
Canada Department of Manpower and Immigration / Library and Archives Canada
Un niño recibe la vacuna contra la polio en Canadá.

La crisis sanitaria derivada de la pandemia de coronavirus, que ya ha dejado más de 2,5 millones de muertos en todo el mundo, ha traído consigo una de las mayores campañas de vacunación que se recuerdan en toda la historia. Junto a ella, ha llegado también el ansia por ser vacunado y escapar así de la enfermedad, lo que ha llevado a numerosas personas a saltarse el orden de vacunación para conseguir ya su dosis.

No es la primera vez que alguien se aprovecha y saca partido durante una crisis de estas características, pues en 1959 se produjo un hecho insólito que hoy bien podría servirnos como ejemplo: el robo de miles de vacunas contra la poliomielitis, una enfermedad que puede llegar a provocar parálisis permanente e incluso la muerte, en Canadá, según recoge Science Alert.

Los hechos tuvieron lugar en el verano de ese año. La última gran ola de polio se había extendido por Canadá y Quebec notificó más de 1.000 casos y 88 muertes, la cifra anual más alta. Mientras, las autoridades sanitarias de Montreal alertaron a la población sobre los graves efectos de la enfermedad y les pidieron tranquilidad.

La desesperación se había apoderado ya de la ciudadanía, que se dirigía sin dilación a las clínicas de las ciudades para ser vacunados. Sin embargo, la producción de vacunas no era lo suficientemente rápida en el país, pues solo dos laboratorios se encargaron de fabricarlas y distribuirlas, por lo que Quebec, al igual que el resto de América del Norte, sufrió una importante escasez de vacunas

Así, cuando llegó agosto y Montreal necesitaba desesperadamente una nueva remesa, la compañía Connaught Labs, de la Universidad de Toronto, la que mayor número de viales proporcionó, envió un gran suministro con el que se pudo vacunar a toda la ciudad. Se programó que las dosis sobrantes fuesen distribuidas por la provincia, pero no llegaron a repartirse porque fueron robadas.

Un trabajador temporal para la campaña de vacunación, Jean Paul Robinson, a quien se le habían encargado entregar las dosis en las distintas clínicas, vio entonces la oportunidad de sacar provecho de la grave situación y se las llevó.

Sabía donde se guardaban, en el Instituto de Microbiología de la Universidad de Montreal, así que el 31 de agosto de 1959 a la tres de la mañana, el hombre se coló en él junto a otras dos personas armadas y se llevaron miles de vacunas después de encerrar al guardia de seguridad en una jaula con 500 monos y robarle el coche para escapar.

Se hicieron con un total de 75.000 viales, valorados en casi 500.000 dólares actualmente (más de 400.000 euros), y los escondieron en un apartamento alquilado.

La Policía formó un grupo especial formado por cuatro agentes encargados de investigar lo sucedido y encontraron una pista muy importante después de interrogar al vigilante, que no pudo identificar a ninguno de sus asaltantes porque llevaban la cara cubierta. Al parecer, el hombre había escuchado a los ladrones conversar sobre el traslado de las vacunas, y uno de ellos utilizaba términos médicos.

Poco después, justo en un momento en el que un nuevo repunte de los contagios se producía y se informaba de 36 nuevas hospitalizaciones, se encontraron dosis de la vacuna, con el mismo número de serie que las robadas, en una farmacia de Pont-Viau. La entrevista con el farmacéutico no arrojó nuevas pistas y los investigadores se vieron en una encrucijada.

Por su parte, Robinson no sabía qué hacer con las vacunas robadas, que debían ser almacenadas en un lugar frío, y solo había conseguido vender 299 dosis al farmacéutico por unos 500 dólares. El hombre guardó las que pudo en una nevera, mientras que el resto las dejó en el suelo del apartamento a temperatura ambiente. El problema era que si estas permanecían demasiado tiempo allí, perderían su eficacia.

Pensó en deshacerse del resto de los viales, sin embargo, con la Policía pisándole los talones era demasiado arriesgado, por lo que decidió entregarlas a las autoridades a través de una llamada anónima. Robinson se puso en contacto con los agentes fingiendo ser un ciudadano preocupado y les contó que había visto cómo se descargaban cajas de Connaught Labs en una calle de East End.

Tras la llamada, los oficiales localizaron los viales, pero estos no pudieron utilizarse inmediatamente porque primero tenían que probarse en un procedimiento que podía llegar a durar hasta dos meses. Además, no se esperaban nuevas remesas de la vacuna hasta varias semanas después. No fue hasta octubre cuando las dosis robadas pudieron comenzar a administrarse.

La Policía continuó con su investigación con el objetivo de encontrar a los culpables y se dieron cuenta de que la persona que había hecho esa llamada anónima era la misma que la que había vendido las vacunas al farmacéutico. Además, el portero del edificio en el que se encontraba el piso que había alquilado también le identificó.

Robinson negó todos los cargos y después escapó, aunque fue encontrado tres semanas después en el cobertizo de una granja. Demostrar su culpabilidad no fue tan fácil como los agentes habían pensado y, a pesar de que uno de los cómplices del hombre había testificado en su contra, se retractó dos años después cuando el juicio se produjo.

Finalmente, fue declarado inocente tras inventar un sorprendente relato en el que se dibujó a sí mismo como una persona con ánimo de ayudar a las autoridades a dar con las vacunas robadas por un criminal llamado Bob, que, según su versión, había planeado el robo y después había huido.

De la historia se desprende un aprendizaje muy importante que durante la actual campaña masiva y mundial de vacunación contra la Covid-19 y es que es imprescindible organizar programas que puedan llegar a todo el mundo y evitar que dosis sean robadas o administradas a personas a las que no les corresponde.

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