La reputada investigadora y primera mujer científica con un sillón en la Real Academia de la Lengua, Margarita Salas, falleció este jueves a los 80 años de edad en Madrid.

De entre sus logros destaca su importante papel como mujer pionera en el ámbito científico, una figura de referencia por su larga carrera dedicada a la investigación y a la ciencia, que continuó enriqueciendo hasta su fallecimiento. Trabajó hasta el final como investigadora ad honorem en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, igual que su reconocida referente, Rita Levi-Montalcini, fallecida en 2012 a los 103 años.

Su mayor descubrimiento data de su etapa en el Consejo Superor de Investigaciones Científicas (CSIC), cuando desarrolló una patente sobre una técnica para producir copias de ADN de forma sencilla a partir de escasos restos orgánicos. Este descubrimiento supuso una revolución en el estudio de la genética y aportó a la institución un prestigio sin precedentes, por lo que se estableció como una de las científicas más importantes de la historia de España.

Sin embargo, su carrera no se limitó a aportaciones técnicas, ya que su figura ha trascendido como modelo e inspiración para todas las generaciones de mujeres científicas que le suceden. «La mujer ocupará en el mundo científico el puesto que le corresponda de acuerdo con su capacidad, y no necesitaremos cuotas ni nada de eso», declaró en una entrevista.

Licenciada en Ciencias Químicas y doctora en Bioquímica por la Universidad Complutense de Madrid, amplió sus estudios en la Universidad de Nueva York, donde fue alumna del Nobel español Severo Ochoa.

Fue una de las mujeres pioneras en la investigación, comenzando en 1961 con la publicación de su tesis de la mano del propio Ochoa. Margarita explicó en una ocasión que, a pesar de que apenas había mujeres que se dedicasen a la ciencia, Ochoa siempre la trató «como una persona, independientemente de que fuera mujer».

Además de sus descubrimientos, Margarita Salas dedicó tiempo a la enseñanza y fue profesora de Genética Molecular en la Facultad de Químicas de la Complutense, dio clases en Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid y desde 1974 fue profesora de investigación del CSIC en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, que dirigió hasta enero de 1994.

Entre las innumerables distinciones que recibió a lo largo de su vida, destacan el Premio Carlos J. Finlay de la Unesco (1991), el Premio de Investigación Rey Jaime I (1994), la Medalla Principado de Asturias (1997), el Premio México de Ciencia y Tecnología (1998), el Premio Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal (1999) o el Premio Unesco-L’Oréal para científicas (2000).