Cuando ser homosexual era ser un "invertido"

  • El régimen modificó la Ley de Vagos y Maleantes para incorporar a los gays dentro del grupo de "antisociales".
  • Lucio, Fernando, Pedro y Juan Pablo sufrieron la homofobia del franquismo. Hoy son los protagonistas del Orgullo.
Lucio Hueras, Fernando Sánchez, Pedro Breguería y Juan Pablo Sánchez.
Lucio Hueras, Fernando Sánchez, Pedro Breguería y Juan Pablo Sánchez.
Jorge París
Lucio Hueras, Fernando Sánchez, Pedro Breguería y Juan Pablo Sánchez.

"La primera vez que fui a una reunión fue en los Capuchinos de Sarriá. Mi pareja de entonces me dijo que la gente homosexual se estaba reuniendo ahí. Parece ser que lo llevaban haciendo desde hace tiempo. Otras reuniones se realizaron en pisos particulares. En mi casa se hicieron tres. Teníamos que salir de las casas poquito a poco para no levantar sospechas".

Con este testimonio, Lucio Huertas arranca la historia de cómo comenzó a participar en el movimiento LGTB. En el punto en el que el hombre de 68 años procede a continuar la narración, su compañero de 70, Pedro Beguería, le interrumpe: "¡Sí, porque existía una cosa que ya ha desaparecido, que eran los serenos, los alcahuetes de la Policía!". Fernando Sánchez, de 60 años, lo recuerda bien: "Ellos sabían quién llegaba, quién salía, quién llegaba tarde, quién era el acompañante...".

Así, bajo las garras del sistema dictatorial, la libertad de expresión de los homosexuales quedaba totalmente coartada. Era tal la represión existente que en el año 1954 el régimen modificó la Ley de Vagos y Maleantes de 1933 para incorporar a los homosexuales dentro del grupode personas "antisociales" del país. Esta ley incluía medidas de alejamiento, control y retención de todos los individuos supuestamente peligrosos como vagabundos, proxenetas y nómadas.

"¡Invertidos que nos llamaban...nos llamaban invertidos!", recuerda de improvisto Fernando. El más mayor, Juan Pablo Sánchez, explica cómo era esa España que consideraba a los homosexuales "los enemigos del país": "Lo correcto y lo sano era ser heterosexual y de matrimonio canónico. Para nada se permitían otro tipo de uniones. Cuantos más hijos mejor, pues la natalidad estaba premiada".

El ateísmo tampoco entraba dentro de la idiosincrasia de la familia española tradicional de los años 60. Pedro, por ejemplo, tuvo una educación "ultracatólica" en Zaragoza: rezaba el Santo Rosario y fue "un niño de Acción Católica". Sin embargo, confiesa que fue "la gente de la Iglesia" la que le llevó "tres veces a intento de suicidio" en pleno conflicto por su orientación sexual. "Esos sacerdotes no eran demoniacos, solo estaban mal formados", apunta serio.

A quien sí recuerdan - hoy con humor pero en su momento con miedo - es a los Guerrilleros de Cristo Rey. Un día Pedro se los topó en el rastro de Madrid: "Fui a comprar y empezaron a gritar '¡Viva Cristo Rey y abajo los maricones!'. Con los palos me persiguieron y me salté 3 puestos; para entonces estaba muy ágil. Me llevé un baquetazo en el culo. ¡No se andaban con chiquitas!". Lucio, por su parte, tuvo que huir de ellos en Barcelona cuando, en un pub gay de la Diagonal, "llegaron y tiraron un cóctel molotov". Tuvo suerte: "A los que estábamos en la barra nos dio tiempo a apagarlo".

Los medios de comunicación, dominados por el régimen, también actuaron contra el colectivo LGTB. En el año 69 ni escucharon ni leyeron información sobre los disturbios de Stonewall –las protestas contra la redada policial que hubo en un pub gay de Nueva York–pues la información llegaba "muy filtrada". "Querían que viésemos qué bueno era que nosotros tuviésemos orden y paz en la calles", explica Juan Pablo recordando también lo mal que se informó sobre el mayo del 68.

Con la muerte de Franco, la transición y la llegada de la democracia, personas como Fernando, Juan Pablo, Lucio y Pedro empezaron a sentirse capaces de ser ellos mismos sin miedo al qué dirán. "No os podéis imaginar lo que es para mí decir: mirad qué tío viene por ahí enfrente. Antes lo pensaba pero callaba", declara Pedro.

Además de libres y felices, hoy son protagonistas: Madrid se ha llenado de carteles que conmemoran la figura de personas mayores que, como ellos, sufrieron y lucharon contra las actitudes homófobas de la sociedad española.

Los cuatro, aunque alegres por el homenaje que les ha brindado el anterior equipo de gobierno municipal y la asociación Cogam, reprochan un hecho que atañe al sector joven LGTB: la existencia de una "creencia estúpida" de que a cierta edad se acaba la sexualidad y la capacidad de amar.

Por otra parte, con esta campaña también confiesan sentirse felices de poder ser el referente de otras personas que, como ellos, sufrieron las consecuencias de no ajustarse a los cánones que, hace años, parecían inalterables.

El recuerdo de la represión

Lucio Huertas (extremeño de 68 años):  "Participé en todas las manifestaciones de Barcelona. Ayudaba pegando pasquines. El día que legalizaron el Frente de Liberación Gay de Cataluña fue una noche maravillosa. Repartí claveles por todos los bares, por Las Ramblas, por el paseo de Gracia...".

Fernando Sánchez (madrileño de 60 años):  "¿Que me tocó esconderme por ser homosexual? Sí. Durante muchos años hemos tenido que esconder nuestros sentimientos y nuestro cariño. Todo por nuestra capacidad de sentir y de amar diferente a lo que entonces en el país estaba institucionalizado".

Pedro Beguería (aragonés de 70 años): "Yo venía de Zaragoza, una ciudad que es pequeña, mariana y pilla. Cuando estalló que yo era homosexual, en mi casa se derrumbaron las estructuras. Al final la inteligencia vale más que otra historia: de lo que no se habla no existe y asunto resuelto".

Juan Pablo Sánchez (madrileño de 72 años): "Evidentemente siempre tuve la limitación de no poder ser yo mismo. Por ejemplo, con mi familia hubo un distanciamiento. En el trabajo me mantuve dentro de la ortodoxia en el vestir y en el comportarme. Por su puesto, nunca hablé de mi sexualidad".

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