La sociedad como ejemplo solidario en el decimoquinto Día Mundial del Refugiado

  • Hay 65 millones de desplazados forzosamente por conflictos y persecución.
  • Con la peor crisis migratoria desde la II Guerra Mundial y tras denuncias de retrocesos en derechos humanos, este 20 de junio es especialmente significativo.
  • Frente a la actitud de los Gobiernos, muchos ciudadanos invierten su dinero y aprovechan sus días libres para ir a los campamentos y ayudar a los desplazados.
  • Con un perfil muy diverso, varios de esos voluntarios nos cuentan cómo colaboran en rescates, asistencia médica, traducción, reparto de comida...
Voluntarios de la ONG Proem-aid, asistiendo a niños refugiados en la isla griega de Lesbos.
Voluntarios de la ONG Proem-aid, asistiendo a niños refugiados en la isla griega de Lesbos.
PROEMAID
Voluntarios de la ONG Proem-aid, asistiendo a niños refugiados en la isla griega de Lesbos.

Cada año, desde hace quince, el 20 de junio es el Día Mundial del Refugiado. La ONU decidió que fuese así desde 2001 para hacerlo coincidir con el 50 aniversario de la Convención sobre el Estatuto de esas personas. Este lunes, con el mundo viviendo la peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial y tras denuncias de importantes retrocesos en materia de asistencia, protección y derechos humanos, la fecha es especialmente significativa.

El cierre de fronteras, el polémico acuerdo de la UE con Turquía para deportar a quienes llegan a Grecia o la reducción de las concesiones de asilo y refugio ponen de manifiesto un contexto en el que es la sociedad civil la que está dando ejemplos de solidaridad. Son muchos los que, invirtiendo su dinero y aprovechando sus días libres, han viajado hasta los campamentos griegos para ayudar a quienes huyen de la guerra y acaban a miles de kilómetros de sus casas, hacinados y en condiciones precarias.

Labores de rescate, de traducción, asistencia médica, reparto de comida... Con un perfil muy diverso, cada uno de estos voluntarios aporta su grano de arena allá donde pueda ser más útil. Un bombero sevillano de 46 años, una profesora de Inglés zaragozana de 29 y un madrileño de 39, empleado de una empresa pública, son una pequeña muestra de este colectivo.

"He visto de todo, pero esto me ha superado"

Bomberos de Proemaid

Manuel Blanco (en el centro de la foto) lleva 20 años como mando de bomberos, dos décadas durante las que le ha tocado acudir a todo tipo de emergencias. Nada, sin embargo, le ha marcado tanto como lo han hecho los días que pasó en Lesbos. "He visto absolutamente de todo en mi profesión. Me han llamado para accidentes aéreos, de ferrocarril... pero esto me ha superado. No por la complejidad técnica, sino por el cariz humanitario", relata.

Este sevillano y otros dos compañeros fundaron la ONG Proem-aid tras ver la imagen del pequeño Aylan Kurdi ahogado en una playa de Turquía y el 2 de diciembre llegaban a la isla griega con una pequeña embarcación que les habían cedido para labores de rescate en el mar. "Fue una situación brutal. Atendimos a muchas familias. En cada barco llegan unas 50 o 60 personas y de ellas, 15 o 20 son niños", recuerda. "Cuando ves sus caras y te pones en su lugar, te preguntas qué quieren dejar atrás para embarcarse en una travesía que puede ser lo último que hagan. Cuando te cuentan de lo que vienen huyendo, lo entiendes y ves que tú harías lo mismo. Te hablan de que hay una guerra en su país y de que no quieren morir por una bomba, pero también de persecuciones, de torturas...", continúa.

Ante esa dramática situación las gélidas aguas del Mediterráneo en pleno invierno no son obstáculo para intentar alcanzar Europa. "Nos ha llegado a nevar a pie de playa. Alguien sumergido en ese agua tan fría, y sobre todo un niño, en 20 o 25 minutos está muerto. A eso hay que sumar que las mafias les venden chalecos salvavidas que no lo son. Tienen materiales absorbentes y cuando caen al agua se comportan como lastre. Si no mueres de frío puedes morir ahogado", denuncia Manuel.

Este padre de tres niños resalta lo gratificante que es salvar esas vidas pero reconoce que, tras llevar a los rescatados a tierra firme, le invadía siempre una sensación agridulce: "Estás contento pero después piensas '¿y ahora, qué?' Ahora les quedan cientos de kilómetros andando, fronteras cerradas, gente que no los va a querer... eso si no los devuelven a Turquía."

Manuel estuvo en Lesbos en dos ocasiones, quince días cada una de ellas, pero tras ser detenido la segunda vez acusado de tráfico ilegal de personas le han aconsejado que deje pasar un tiempo antes de volver. De nada sirvió que desde un primer momento se hubiesen presentado ante la autoridad portuaria, los guardacostas y la embajada española para comunicarles quiénes eran y cuál era su objetivo allí. "Según nos dijeron estábamos en el lugar equivocado a la hora equivocada", apunta y critica la paradoja de que por un lado el derecho internacional establezca el auxilio de quienes puedan estar ahogándose en el mar y por otro se pueda acusar a alguien de introducir a personas de manera ilegal en un país al llevarlas a la playa después de haberlas rescatado.

Pese a lo desagradable de aquellos momentos, Manuel y el resto de voluntarios que se han unido a Proem-aid siguen trabajando. Él se ocupa actualmente de las labores logísticas desde España. Relevos de seis o siete miembros se turnan cada dos semanas para operar sobre el terreno. En total medio centenar de personas componen ese grupo. "Seguimos con ganas", asegura este sevillano, a quien esta experiencia le ha cambiado: "Se vuelve con una visión totalmente distinta y con otras prioridades".

"No tienen de nada pero te lo dan todo"

Sara Moreno en Moria como voluntaria

"La mayoría dormía al raso. Llegó un punto en el que solo se daba ropa a la gente que acababa de llegar del barco porque estaba mojada. No había ni zapatos y venían con los pies destrozados", cuenta Sara Moreno.

Esta zaragozana de 29 años ha estado muy implicada en la recogida de ayuda para el pueblo sirio desde que estalló la guerra en 2011. Las últimas Navidades decidió ir más allá y pasó quince días en una clínica del campo de Moria como traductora de árabe. "Voy a tener más Navidades que pueda pasar con la familia. Sin embargo no sé si volveré a tener la oportunidad de ir allí. Me gustaría, pero cada vez están cerrando más campos. Es difícil, no puedes planear nada con antelación porque no sabes qué va a pasar", lamenta.

Sara llegó a Moria a finales de diciembre, después de haber contactado a través de Facebook con una coordinadora de voluntarios. Lo hizo junto a un amigo e invirtiendo sus ahorros. "La coordinadora te ponía en un sitio u otro en función de tus habilidades", explica y ambos fueron designados como traductores.

"Estuvimos en una clínica de una ONG que había montado una doctora inglesa. Se nutría de profesionales de la salud: médicos, enfermeras, anestesistas… y luego estábamos los traductores. Somos necesarios porque si no es muy complicado que los médicos lleguen a saber qué tienen esos pacientes", afirma. "Me di cuenta de lo importante que es que vean que les estás escuchando. Te sientas con ellos y la confianza que llegan a coger contigo es enorme. Te cuentan cómo han llegado hasta allí, todo lo que han pasado, los problemas que tienen... Se te ponen los pelos de punta", agrega.

"Confían mucho más en una persona que les explica las cosas en su idioma. Yo les decía que la clínica era gratuita y que no les íbamos a pedir nada", insiste, y señala el miedo que tenían muchos de ellos a acudir a un hospital ante la posibilidad de que llamasen a la Policía y los pudiesen deportar.

Sara recuerda las bajas temperaturas de aquellos días y mantiene en su retina la imagen de gente quemando cualquiera de sus pertenencias para poder hacer fuego y calentarse. "Hemos visto casos de congelación, sobre todo de los dedos de los pies", cuenta, y se le entrecorta la voz cuando añade: "Mientras yo estuve en el campamento murieron dos bebés de frío. Y te quedas pensando si podrías haber hecho algo".

Esta joven asegura que habría permanecido mucho más tiempo en Moria, donde encontró mucho cariño de gente que lo ha perdido prácticamente todo: "Me llamaban hermana, venían a verme... No tienen de nada pero te dan todo lo que tienen".

"Es un problema que permite contrastar el proyecto europeo"

Javier Romero, en el campo de refugiados de Idomeni

Su involucración en el activismo y en el periodismo ciudadano llevó a Javier Romero a viajar en noviembre a la isla griega de Lesbos para captar y contar qué estaba ocurriendo con los refugiados que llegaban de países como Siria o Irak. Acompañado de su pareja y de una periodista, la situación de la que fueron testigos les impresionó tanto que cuando regresaron crearon la asociación Refugee Care junto a otros activistas.

Desde entonces han logrado recaudar unos 20.000 euros, procedentes de donaciones, que prácticamente han gastado en su totalidad en los viajes que han hecho. Javier estuvo una segunda vez en Lesbos y posteriormente, en Idomeni. En esos campamentos, estos voluntarios han repartido comida y han intentado hacer la vida más fácil a quienes allí llegaban, comprando productos como pastillas de queroseno para encender las fogatas.

"Somos conscientes de que esto es un parche y a lo mejor no salvas una vida con el desayuno o la merienda que estás dando pero evitas a esa gente tener que hacer las grandes colas que se forman", apunta. La comida es importante, pero "lo principal para ellos es saber que hay gente pendiente de lo que les pasa".

Ese interés les da tanta esperanza que en medio de la desesperación algunos llegan a pedir a estos voluntarios que saquen a sus hijos de allí. "Padres, que a lo mejor tenían su vida mucho más amueblada que la mía, se platean darle su bebé a alguien que no conocen mucho pero que ven que está interesado en ellos. Es renunciar a todo por el fin superior: que sus hijos, aunque ellos no lo vean, sigan adelante".

"Hay gente muy formada, algunos tenían negocios en su país. Los hay que tienen dinero. Otros se han arruinado durante el viaje. A parte de todo lo que sufren, eso de que parece que están mendigando les destroza aún más", cuenta Javier.

Este madrileño espera poder volver a Grecia a seguir ayudando pero tras la aplicación del acuerdo entre la UE y Turquía y el desmantelamiento de los campamentos de refugiados improvisados las cosas se han complicado. "Les han desalojado sin contar con ellos y les han llevado a campos que no están preparados. Ya no hay un campo como el de Idomeni en el que nos podamos mover libremente. Hay que analizar la situación, ver la manera en la que podemos ser más útiles y en la que más falta haga", comenta. "Voluntarios con los que estamos en contacto nos han dicho que hay mucha gente metida en los campos militarizados y otra desperdigada por los montes", añade.

Javier lamenta que este drama humano pueda ser considerado "una cuestión más de la agenda": "Si yo no hubiera ido y no hubiera visto ciertas cosas me lo estaría tomando así, pero este es un tema que tiene muchas consecuencias a largo plazo. Este es un problema que permite contrastar el proyecto europeo. Mueve nuestros cimientos y lo pone todo en duda".

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