La 'Sociedad de la Nieve': la proeza de alpinismo de un grupo que ni conocía la nieve

'La sociedad de la nieve'
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'La sociedad de la nieve'

La tragedia de los Andes de 1972 de nuevo ha acaparado mucha atención en todo el mundo por la película 'La sociedad de la nieve', dirigida por J.A. Bayona, basada en el libro homónimo de Pablo Vierci y en los testimonios de los supervivientes.

El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya chocó contra una montaña de los Andes el 13 de octubre de 1972. De las 45 personas que viajaban a bordo (40 pasajeros y 5 tripulantes) finalmente 16 sobrevivieron un infierno que duró 72 días hasta que pudieron ser rescatados tras la excursión final de bajada en busca de ayuda de parte de dos supervivientes, Nando Parrado y Roberto Canessa.

Hoy vamos a analizar qué valor alpinístico tuvo el descenso de la montaña de Parrado y Canessa, quienes finalmente pudieron llevar a cabo la hazaña de la bajada y pedir ayuda. ¿Fue realmente alpinismo lo que hicieron estos dos jóvenes? ¿Por qué no bajaron antes? ¿De qué medios disponían? ¿Cómo se organizaron? ¿Qué ruta siguieron? ¿Cómo se orientaron? ¿Qué es lo que los salvó realmente?

Los antecedentes

Para analizar estos puntos, hemos de ubicar el punto de salida de aquella expedición final de Nando Parrado y Roberto Canessa.

El vuelo T-571 de la Fuerza Aérea Uruguaya, con 40 pasajeros y 5 tripulantes a bordo, fue un vuelo chárter que había partido de Montevideo (Uruguay) con destino a Santiago de Chile. De los 40 pasajeros 19 fueron miembros del equipo de rugby Old Christians Club, el resto de las personas a bordo eran familiares y amigos, aparte del personal del vuelo. El avión tuvo que parar en Mendoza (Argentina) por mal tiempo, y el 13 de octubre los pasajeros embarcaron de nuevo para seguir el vuelo a Santiago. El 13 de octubre de 1972, a las 15:34 horas, su avión, el Fairchild Hiller FH-227D chocó contra una de las laderas del volcán Tinguiririca y tras el impacto una sección del fuselaje se deslizó a 350 km/h por un canal ubicado entre el Tinguiririca y cerro de El Sosneado, convirtiéndose ese canal en una especie de tobogán. 

La ruta de bajada de Nando Parrado y Roberto Canessa, marcada en verde.
La ruta de bajada de Nando Parrado y Roberto Canessa, marcada en verde.
Wikipedia

El fuselaje con gente dentro paró bruscamente casi 800 metros después, en el glaciar Las Lágrimas, a 3.570 metros sobre el nivel del mar, en el Departamento Malargüe de la Provincia de Mendoza de Argentina, a 1200 metros de la frontera con Chile. El milagro real de la tragedia de 1972 fue que no murieron todos en el impacto. Desde este punto, donde estaba atrapado el fuselaje y los náufragos del accidente, partieron Canessa y Parrado el 12 de diciembre de 1972 en busca de ayuda , un día después de la muerte de Numa Turcatti.

¿Fue realmente alpinismo?

Desde el punto de vista de la definición del alpinismo, el descenso de Parrado y Canessa realmente no fue una actividad de alpinismo como deporte o actividad de gozo y de autosuperación, pero a la vez, sí que fue una actividad de montañismo porque realizaron una expedición necesaria y extrema.

Los alpinistas, como tal, normalmente se preparan para una expedición con la indumentaria adecuada, donde el alpinismo es una actividad planeada, intencionada donde los montañeros están preparados tanto a nivel físico como psíquico para acometer un ascenso y un descenso de una montaña, o recorren grandes distancias en modo de exploración deseada y planificada. Para comprender la magnitud de lo que estos dos hombres llevaron a cabo, hemos de tener en cuenta todo lo ocurrido en los dos meses anteriores, atrapados todos los supervivientes en el glaciar luchando y pasando por las peores penurias.

Ninguna de las premisas del alpinismo - como deporte o actividad planificada y deseada- estaban dadas. Los supervivientes salieron del glaciar aturdidos, psíquicamente machacados, agotados, hambrientos, desorientados y sin la indumentaria adecuada para hacer alpinismo. Su excursión final, su expedición peligrosa, realmente fue un acto de pura supervivencia desesperada. Fue una huida hacia adelante, aferrándose a la última oportunidad posible para salir de un espiral descendente que estaba condenado a desembocar en la rendición total de todos, si algunos de los supervivientes no hubieran aventurado en salir de allí para buscar ayuda.

¿Por qué no salieron antes?

Justo tras el impacto del avión en los Andes, el fuselaje fue el lugar más hostil que uno pudo imaginarse. Además, estaban en un entorno no apto para la supervivencia, un glaciar de nieve e hielo, rodeados por picos, sin alimentos, sin ninguna señal de vida humana cerca de ellos. Muchos de los pasajeros nunca han visto nieve antes del accidente y venían de un país, Uruguay, cuya montaña más alta, el Cerro Catedral, mide poco más de 500 metros. Con el paso de los días el fuselaje siniestrado se convirtió en su hogar y con el acuerdo que establecieron los supervivientes de no quejarse nunca y apoyar unos a otros, el hogar, el fuselaje quebrado y golpeado, habitado ya por ellos como una familia unida, se convirtió en la seguridad para todos, mientras que la montaña se convirtió en el temido desconocido. No sabían que paradójicamente ese entorno hostil sería lo que más tarde les brindaría la posibilidad de salir de aquel infierno.

Tuvieron que atender unos a otros día tras día, juntos se sentían seguros. Afrontar cualquier idea de bajada de allí teniendo que escalar las montañas colindantes de los Andes, psicológicamente superó a la gran mayoría del grupo durante mucho tiempo. Tenemos que tener en cuenta todo esto para comprender por qué no se organizaron antes para la bajada, y por qué no emprendieron antes la huída de allí. No tenían absolutamente ningún conocimiento de alpinismo, pero sabían que hasta el 15 de noviembre el deshielo no empezaría. Mantuvieron la esperanza de que iban a ser rescatados en algún momento. Incluso después de que escucharan por la radio que la búsqueda se suspendió a los diez días del accidente, y luego mucho más tarde se reanudó, fue claro que las fuerzas de búsqueda y rescate ya iban a buscar sólo los restos de avión siniestrado y los cadáveres de los pasajeros. 

Con el tiempo los supervivientes se dieron cuenta de que no había otra salida de este espiral que salir de la montaña. Parrado lo tenía claro desde hacía semanas pero costó convencer a los demás. Finalmente todos vieron claro que sin pedir ayuda externa, iban a morir en breve. Y aunque fuera el último viaje que hicieran, fue mejor elegir ir de cara a luchar contra la muerte, a que Tánatos viniera a por ellos.

¿De qué disponían y de qué no?

Como indicamos arriba, no tenían ningún conocimiento de alpinismo, y no tuvieron una experienca positiva de sus incursiones en la montaña antes de la bajada final, ya que habían intentado alejarse del fuselaje en varias ocasiones previas, lo que casi les había costado la vida. No tenían ni siquiera idea de dónde estaban, o mejor dicho, lo que sabían no era verdad. La últimas palabras del coronel Lagurara, tripulante del avión, fueron: "Hemos pasado Curicó", es decir, que ya habían atravesado los Andes. Pero no fue así. Por las nubes y las turbulencias, por no leer correctamente los instrumentos del Fairchild, se equivocaron y giraron hacia el norte antes de tiempo, en medio de los Andes, sin haber cruzado la cordillera todavía. El piloto fue experimentado, pero quizás por la excesiva confianza, la tripulación del vuelo se equivocó. Tampoco miraron el reloj, porque si lo hubieran mirado, se habrían dado cuenta de que en 16 minutos era imposible que haber podido cruzar los Andes.

Los jóvenes, por lo tanto, no sabían dónde estaban realmente, las referencias fueron erróneas. En lugar de ir hacia el este, donde a 20 kilómetros de distancia del fuselaje y a 12 horas de caminata del avión siniestrado, había rancho y las instalaciones del inhabitado Termas El Sosneado, a orillas del río Atuel, emprendieron la salida hacia el Oeste, hacia Chile, por el camino más largo. Los tres que iban a hacer el descenso de los Andes, Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín, se pusieron varios jerseis, varios pares de pantalones, calcetines, y cargaron con algo de medicamento, carne humana para alimentarse y un saco de dormir que habían confeccionado con los demás supervivientes en los días previos.

El 11 de diciembre murió Numa Turcatti, y había otros cuyo estado de salud se deterioraba cada vez más. Los tres jóvenes, el 12 de diciembre de 1972 emprendieron la caminata que se convirtió en una expedición de montañismo al límite de la vida. Primero tuvieron que escalar un pico de 4.650 metros. Al no ser alpinistas, no sabían que por la arista de la montaña hubieran podido acometer el ascenso mejor que por la cara de la misma que les tomó más tiempo de lo planeado. Entonces decidieron que Vizintín se diera la vuelta para ahorrar con la comida. Parrado y Canessa seguían con el descenso desde la cima. Los dos jóvenes superaron todo tipo de dificultades, porque la bajada de ese pico fue todavía más difícil y los dos perdían fuerzas a pasos gigantescos. Parrado y Canessa, tras recorrer 60 kilómetros en diez días, finalmente lograron bajar de los Andes hasta llegar al nacimiento del río San José, que conduce al río Portillo, un afluente del río Azufre en Los Maitenes. 

Siguieron el río hasta llegar a la línea de nieve, y finalmente, más adelante se percataron de la presencia del arriero chileno Sergio Catalán quien fue a buscar ayuda a caballo. De acuerdo a algunos guías locales, la ruta hacia el Este, aunque hubiera sido más corta, probablemente hubiera sido más difícil para ellos, porque tenía obstáculos mayores. Por lo tanto, la ruta que escogieron hacia el oeste fue la correcta a base de los conocimientos de los que disponían Parrado y Canessa .

Lo que aprendieron en ese descenso

Sin ser alpinistas profesionales, aprendieron lo que es estar en la intemperie a más de 20 grados bajo cero. Al subir el pico de más de 4.000 metros, experimentaron lo que es el mal de altura y la hipoxia. Poco a poco desarrollaron habilidades para escalar rocas gigantes, esquivar piedras que caían, escalar paredes de nieve compacta verticales y aprendieron a convivir con el peligro constante hacia lo desconocido. Se dieron cuenta de una ley de la montaña que es que la cima siempre está más lejos de lo que parece, y que la montaña siempre es más alta de lo que parece y que no podían parar y rendirse. Aprendieron que siempre era mejor centrarse en puntos cercanos como objetivo del momento, paso a paso, tramo a tramo. Habían aprendido a hacer agua de la nieve con los restos del avión cuando estuvieron con los compañeros junto al fuselaje siniestrado del glaciar, y esta habilidad les servía para la expedición también.

Aprendieron a estar a la intemperie a 20 grados bajo cero

La bajada heróica superaba toda imaginación, pero no hubiera sido posible sin el espíritu de grupo, sin la empatía mutua, e incluso sin todos las personas accidentadas del avión, incluyendo a los fallecidos. Nadie del grupo de supervivientes excluía jamás el papel importante que desempeñaron los fallecidos también. Siempre fueron una unidad. Gracias a los muertos, que ayudaron para poder alimentar a los vivientes, la salvación fue gracias a todos. Con la persistencia de Parrado y de Canessa en la bajada, incluso a pesar de haber cometido algunos errores - como cuando Parrado cogió el cojín del avión y quiso deslizarse de la cara de la montaña y casi se mata al coger una velocidad de más de 100 km/h, a pesar de todo, pudieron lograrlo. La insistencia de Parrado para emprender la huida del glaciar en busca de ayuda, fue clave también. El capitán del helicóptero de rescate que voló hacia el lugar del accidente, con Parrado a bordo, se impresionó por el hecho de que estos dos hombres hubieran sido capaces de subir ese pico y descender hacia el otro lado.

Ese entorno hostil y a la vez inquietantemente bello de los Andes, paradójicamente fue la única ruta de vuelta a la vida. En el camino se dieron cuenta de la inmensidad de la naturaleza, de la edad atemporal de la cordillera, de lo diminuto y vulnerable que es el ser humano entre aquellos gigantes de los Andes.

Y, aunque en algunos momentos durante esa huida, Parrado y Canessa con el fin de poder centrarse en el momento borraron de la mente el fuselaje y el ambiente dantesco del mismo, nunca desprendieron en su espíritu y corazón del conjunto de la sociedad de la nieve de la que formaban parte. Sin haber sido parte de esta democracia que se realizó en un plano utopístico pero realizado, no hubiera sobrevivido nadie. Incluso, tras la bajada, cuando las autoridades y los periodistas los preguntaron por los nombres de los supervivientes, Parrado y Canessa mantuvieron la dignidad humana y la empatía hacia sus compañeros que aun permanecían arriba, al no querer revelar los nombres de los supervivientes, porque pensaron que en esos últimos diez días el número de fallecidos se podría haber incrementado y no quisieron dar falsas esperanzas a los familiares. Ese espíritu de unidad del grupo fue la base de todo y lo que en gran parte los salvó a todos.

Como dijo una vez el gran alpinista italiano Walter Bonatti:

”Si en condiciones normales se trata de habilidad, en las situaciones más extremas es el espíritu que te salva.”

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