Rafael Nadal Parera, el Cid del deporte español que no para de callar bocas

Rafa Nadal, en Roland Garros.
Rafa Nadal, en Roland Garros.
EFE
Rafa Nadal, en Roland Garros.

Rafa Nadal hace muy fácil subirse a su carro. Cada victoria o cada derrota supone un aluvión de elogios, especialmente con lo primero porque es lo que más veces se produce. Conquistar Roland Garros por decimocuarta vez, algo que parecía inviable hace no tanto (y seguir así la estela de su amado Real Madrid en la Champions League) tiene un sabor especial por las circunstancias en las que se ha producido.

La lesión que arrastra Nadal desde hace años se ha ido agravando con cada hito. Cuanto más ganaba, más le dolía. Cuanto más le dolía, más ganas de ganar. Incluso pese a que tiene que convivir con un dolor que haría imposible siquiera andar a cualquiera de los mortales, este Rodrigo Díaz de Vivar (del que se decía que ganaba batallas incluso después de muerto) de la raqueta, convertido en ejemplo y espejo de millones de personas en todo el mundo, se niega a que el sufrimiento le quite las ganas.

El tal Müller-Weiss que le puso nombre al síndrome que padece Nadal es solo uno de sus enemigos, pero ni mucho menos es el único. Cada vez que juega hay pequeñas voces, cada vez más pequeñas, que se sonríen por cada punto que pierde, cada peloteo al que no llega o cada boca torcida porque no le sale un revés. Otro año que les toca ventilar la cueva en la que están metidos.

¿Hasta cuándo durará Nadal?

Es innegable que para Nadal hay más pasado que futuro en el tenis. Durante todo este Roland Garros ha ido dejando declaraciones que hablaba de retirada, de su última vez en París, de una despedida que nadie en su sano juicio y que sienta un mínimo de pasión por el deporte (sea el que sea) quiere que se produzca. Nadal es un 'viejo' del circuito a sus 36 años, con casi 20 a sus espaldas y siendo un referente tanto en lo profesional como en lo personal. Ni una mala palabra, ni una mala acción.

El tiempo que le quede en la pista solo lo dictará él. Lejos quedan aquellos días en los que el dolor era algo lejano y la melena salvaje, como su tenis tormentoso y físico de su juventud, le ondeaba al viento. 

Quizá el recuerdo de cómo ganó este Roland Garros sea uno de sus legados principales: pasar por encima del mismísimo Novak Djokovic en un partido para los anales, acompañar a Alexander Zverev mientras este gritaba de dolor tras destrozarse el tobillo... Y por supuesto, su victoria en la final en la que dejó claro que sigue siendo un rival temible, incluso pese a vérselas con el empuje de un tenista de la talla del que tuvo al otro lado de la pista. 

Un relato al que el término epopeya se queda corto, como casi toda su carrera deportiva, de la que aún quedan unas cuantas líneas por firmar. Que sean los últimos capítulos o el epílogo, solo lo sabe él. Don Rafael Nadal Parera, el Cid, aún no ha dejado de combatir: que nadie le dé por muerto y enterrado.

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