Maduro: ¿el próximo conductor de la revolución bolivariana?

Nicolás Maduro saluda a miles de seguidores durante un acto en Venezuela.
Nicolás Maduro saluda a miles de seguidores durante un acto en Venezuela.
David Fernández/ EFE
Nicolás Maduro saluda a miles de seguidores durante un acto en Venezuela.

Las hagiografías en marcha dibujan a Nicolás Maduro (Caracas, 1962), el candidato del chavismo tras ganar los comicios para presidir Venezuela, como un tipo campechano, sin aristas, curtido en las trincheras de la pobreza y tocado precozmente con la varita del compromiso social.

Sus detractores, por el contrario, le recriminan su fidelidad acrítica al fallecido Hugo Chávez, quien fuera su mentor; a la Cuba de los hermanos Castro, su escasa preparación intelectual y su discutida talla de estadista.

En Maduro, huérfano del carisma y la gloria redentorista del comandante bolivariano, se personifica el estado de ánimo de un país todavía en duelo: la preocupación por la situación económica, las dudas sobre la continuidad del régimen chavista y el temor a la polarización extrema y la violencia.

Peligros de heredar un régimen personalista

Hay algo más improbable que nacer con carisma: carecer de él y tratar de convencer al resto de que se posee. Con las encuestas electorales a su favor (encuestas confirmadas tras las votaciones, en las que ha sido el más votado, por delante del socialdemócrata Henrique Capriles), la china en el zapato de Maduro sigue siendo, paradójicamente, el fundador del régimen político que él pretende heredar.

El espíritu de Chávez, omnipresente en las masas callejeras, en las repetidas acusaciones de envenenamiento, en los pajaritos inocentes, aupará posiblemente a Maduro a la presidencia, pero ese mismo espíritu de Chávez –por sí solo– no le ayudará a permanecer en ella por tiempo indefinido.

Quizá por eso, y a pesar de su lealtad hacia Chávez más allá de la muerte, Maduro se ha ido distanciado sutilmente de su maestro: "Yo soy hijo de Chávez, pero no soy Chávez", aseguró el ahora candidato durante el multitudinario funeral de Estado, previo a su investidura –no exenta de polémica–, como "presidente encargado".

El chavismo y sus 'familias'

Pero no todo es Chávez y su larga sombra. Maduro debe afrontar, además, lo que el politólogo Eric Langer, profesor de estudios latinoamericanos en la Universidad de Georgetown (EE UU), considera uno de sus principales retos: la atomización del poder dentro de las filas chavistas.

Va a ser muy complicado que Maduro sepa amalgamar voluntades como lo hizo Chávez, y esto derivará, según Langer, en la cesión de parcelas de poder a diferentes sectores y 'familias'.

Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, es una de esos 'hombres fuertes' del régimen que, muy probablemente, no se conformarían con un papel secundario en una Venezuela sin Chávez.

Lo mismo se puede decir de Adán Chávez, hermano mayor del expresidente y políticamente situado a la 'izquierda de la izquierda' del partido chavista, o de Elías Jaua, ponente constitucional, profesor de sociología y ministro en varios de los gabinetes de Chávez.

De conductor a vicepresidente

Maduro ya vivía politizado antes de conocer a Chávez. En su juventud revolucionaria, de fuerte impronta maoísta, había participado en multitud de huelgas, sufrido el acoso policial y experimentado todos y cada uno de los ritos de paso de un dirigente sindical de la Venezuela de los años setenta y ochenta.

En 1992, cuando vio por primera vez a Chávez –como la mayoría de venezolanos, por televisión, cuando éste asumía la responsabilidad en su fallido golpe de Estado–Maduro trabajaba en el metro de Caracas como conductor.

Un año después de la intentona golpista, y tras visitar a un todavía preso Chávez, asumió el nombre clandestino de 'Verde' y se lanzó al monte, metafórico, de la revolución en marcha. Cinco años después de esta fecha participaba, plenamente integrado ya en el recién nacido movimiento chavista, de la Asamblea Nacional Constituyente.

Maduro fue diputado electo en la primera presidencia de Chávez. Luego, presidente del Poder Legislativo y, finalmente, en 2006, ministro de Exteriores. Desde esta privilegiada posición engrasó las alianzas bolivarianas con países vecinos, negoció políticamente la golosa baza del petróleo y mantuvo viva la llama del antiimperialismo en la región.

Lo siguiente en alcanzar sería la vicepresidencia del país, a la que Chávez le aupó como una forma de distribuir su poder entre sus varios delfines. En 2011, la enfermedad de Chávez y su lenta agonía hasta su muerte final, en marzo de 2013, convirtió a Maduro en la cara visible –para otros en un simple ventrílocuo– del chavismo.

A día de hoy, el futuro del socialismo del siglo XXI, esa mezcla de marxismo heterodoxo, nacionalismo popular y anticapitalismo, está en sus manos. El sueño de Chávez de llegar como presidente al aniversario de la batalla de Carabobo (en 2021 se cumplen 200 años del decisivo triunfo de Bolívar sobre las tropas españolas) podría depender de un inesperado conductor comprometido.

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