Hace aproximadamente una década, la popularización de los servicios online y la distribución digital en consolas como Xbox 360, Wii y PlayStation 3, desataron la fiebre nostálgica en el sector del videojuego.
Por un lado, se produjo el boom del desarrollo indie, que bebe mucho de lo retro y el amor el píxel. Por otro, todas las compañías aprovecharon la ocasión para traer de vuelta –y seguir rentabilizando– viejos clásicos de épocas doradas.
En 2018, esa oleada de añoranza gamer aún no ha pasado. La pruba más clara es el furor que están causando las versiones reducidas de antiguas consolas, dispositivos que son más emuladores con bonitas carcasas que máquinas en sí mismas, ya que los videojuegos vienen preinstalados y no es posible introducirles otros nuevos.
La moda comenzó hace dos años con la Nintendo Classic Mini: Nintendo Entertainment System (NES Mini para abreviar), que incluía 30 títulos emblemáticos de la era de los 8 bits: Super Mario Bros., DonkeyKong, The Legend of Zelda... Las ventas superaron todas las expectativas. De hecho, cada vez que se ha lanzado una nueva partida, las unidades se han agotado a toda velocidad.
El año pasado, la compañía nipona repitió estrategia con una Super Nintendo en miniatura que venía con 20 juegos sobresalientes (F-Zero, Super Metroid...). También funcionó.
En vista del buen resultado, otras empresas han decidido seguir los pasos de Nintendo. SNK acaba de lanzar Neo Geo Mini, que tiene forma de máquina recreativa e incluye 40 juegos (Metal Slug, numerosos títulos de lucha...); Sony ha anunciado PlayStation Classic, que se lanzará el 3 de diciembre avalada por Final Fantasy VII, Tekken 3 y otros 18 títulos de la veterana PS One; e incluso Sega tiene previsto lanzar una Mega Drive Mini, que se ha retrasado hasta 2019 porque, según la compañía, la demanda ha sido tan alta que quieren asegurarse de tener suficientes unidades.
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