Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La mentira interiorizada de que las series ya no funcionan en prime time

La televisión en abierto no ha muerto, pero en España necesita recuperar la confianza de audiencias más transversales que se han ido desencantando de canales con programaciones desordenadas. 
Javier Calvo y Javier Ambrossi, Laura Caballero, Ramón Campos, Javier Cuadrado, Javier Olivares y María Casado, moderadora del desayuno de la Academia de la TV..
Ramón Campos, Laura Caballero, Javier Calvo, Javier Ambrossi, Javier Cuadrado, Javier Olivares, María Casado, moderadora del desayuno de la Academia de la TV y Carmen Páez del Ministerio de Cultura 
Academia TV
Javier Calvo y Javier Ambrossi, Laura Caballero, Ramón Campos, Javier Cuadrado, Javier Olivares y María Casado, moderadora del desayuno de la Academia de la TV..

"Estamos cogiendo una especie de trasecha de que la televisión en abierto ha muerto. Pero vas a Europa y en Francia la televisión en abierto es un clamor, en la británica BBC de siete días de la semana el prime time de cinco son series propias, en la televisión croata se hace 'El último artefacto socialista' que es una de las maravillas que he visto en estos años, la italiana RAI hace series políticas... Es decir, tú ves la ficción en abierto en Europa y no sólo no es abundante, sino que también tiene unos buenos promedios de audiencia. Echo de menos en nuestro país ese concepto de fiesta social y cultural de la ficción en abierto, que es de libre acceso para todo el mundo y eso es muy importante". Javier Olivares (El Ministerio del Tiempo, Isabel) desmonta una mentira interiorizada en España durante un desayuno entre profesionales de la televisión organizado por la Academia de la Televisión. 

Al lado del guionista y productor ejecutivo, Javier Calvo y Javier Ambrossi (Suma Content), Laura Caballero (Contubernio Producciones), Ramón Campos (Bambú Producciones), Javier Cuadrado (Grupo Ganga) y María Casado, moderando el debate. Todos reflexionan sobre el gran momento de nuestra ficción nacional. Aunque, en realidad, no sea el mejor instante histórico. 

Justamente por esa mentira aceptada que apunta el propio Javier Olivares. Las series ya no marcan la agenda de la rutina a través del prime time. Se ha ido comprando el discurso de que la ficción sólo se consumirá en el bajo demanda 'a la carta'. Incluso las series españolas se piensan para las necesidades de las plataformas multinacionales. Así se va desvaneciendo la fuerza que hizo que España mantuviera grandes éxitos de ficción propios: la identidad propia. La capacidad de radiografiar aquello que nos diferencia es lo que, al final, nos ha hecho destacar en casa y universales fuera de nuestras fronteras. Y parece que se nos está olvidando, priorizando aquellos prejuicios que se creen pueden gustar globalmente. Cuando lo tenemos en nuestro barrio, en los rincones de nuestra cotidianidad.  Una globalización mal entendida que, además, deja por el camino a los autores independientes, invisibilizados, empobreciendo la riqueza que otorga la pluralidad cultural que logra mirar y cuidar donde otros ni rozan con las gafas puestas del mainstream.

El problema de las bajas audiencias de las series en los últimos años en el prime time español están muy unidas a que nos está costando atrevernos a captar las peculiaridades de hoy que nos hacen únicos y, sobre todo, al desorden de la programación de las cadenas. La ingeniería para lograr un mejor promedio de share hizo que no se cuidaran las rutinas de conexión del espectador con la tele.

Mientras en otros países, la audiencia sabe a qué hora empieza una serie y a qué hora acaba, aquí es difícil pillar el comienzo y llegar al desenlace de un simple capítulo. Resultado: la audiencia se desengancha y, desmotivada, tira la toalla con la tele tradicional. Prefiere la comodidad de ver cómo y cuándo cada producción en una plataforma. 

Sin embargo, el público también disfruta de la congregación de asistir a la premiere de cada capítulo de una serie al visionarla a la vez que el resto de la sociedad. Esa liturgia de esperar una semana, debatir sobre qué pasará durante esos siete días y encender con ilusión la tele para vivirlo juntos. Ahí los canales de siempre siguen atesorando el superpoder del zaping. No hay que pensar qué consumir en un extenso catálogo bajo demanda en el que al final terminas siempre clicando en lugares seguros instalados en la nostalgia. Como Friends. O La que se avecina.

En el horario de máxima audiencia de la tele de siempre te encuentras una oferta estelar sin darle vueltas. Sólo falta tener paciencia para resetear los vicios de contraprogramación de las dos últimas décadas y conciliar mejor con los hábitos de vida de un espectador que ya no piensa trasnochar como la tele le pida. La tele tiene que entender las sensibilidades de su sociedad. Y no al revés.

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