Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La maldad y la bondad en OT 2023

Las emociones negativas forman parte del día a día. También en 'OT 2023'.
Noemí Galera en el 'broncOT' con los concursantes de OT
Noemí Galera en el 'broncOT' con los concursantes de OT
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Noemí Galera en el 'broncOT' con los concursantes de OT

OT 2023 ha vuelto a encontrar la naturalidad. Su elenco de concursantes no se esconde en eufemismos y se deja llevar por la mejor normalidad, la normalidad de la espontaneidad. La espontaneidad de lo que uno es y no puede dejar de ser. La espontaneidad que no se puede dejar de vivir.

A diferencia de OT 2001, las generaciones de hoy han crecido con referentes e información para entenderse hasta cuando te hacen sentir raro. No se ocultan, habitan su diversidad y la de sus amigos. Se enriquecen mutuamente. Eso ha cambiado por completo en estos últimos veinte años, ya no hay que parapetarse en demasiadas ambigüedades cuando te estás descubriendo en la explosión de la juventud. Aunque hay otras efervescencias de la resaca de la edad del pavo que se repetirán siempre. Algunas mejores, otras peores: los desórdenes de la pereza (la casa patas arriba), las hormonas apasionadas (¿vamos, a la ducha?), el tacto ausente de una inteligencia emocional por madurar (se abre Paul ante todos y todos siguen comiendo como si nada), la avaricia de pensar que eres infinito... Operación Triunfo también plasma estos ímpetus de la arrolladora juventud a través de un canal 24 horas que enseña la evolución de sus participantes como si de una teleserie adolescente se tratara.

Una teleserie que se retransmite de lunes a domingo en YouTube y donde, además de aprender con las clases de la academia, los espectadores son también testigos de tramas afectivas que ocurren ante las cámaras pero también fuera de ellas, en un dormitorio o unas duchas a las que no accedemos y que son esenciales para la intimidad de los concursantes. El resultado es que, cada día, el juego en Twitter/X, TikTok e Instagram consiste en pillar detalles ante las cámaras que sean elocuentes sobre lo que pasa cuando estas se apagan.

Y, entonces, surge el disfrute de la especulación del reality show. Nos identificamos con unos y nos cabreamos con otros. Estos chavales son diversos y talentosos pero, cuidado, sus virtudes son compatibles con irritarse y hasta odiarse. Porque también es natural que en una convivencia haya gente con la que conectas y con la que no.

Sin embargo, hay una audiencia que les pide que sean representantes absolutos de un buenismo extremo que no existe. Y que tampoco es sano. Si fuéramos grabados 24 horas, nadie pasaríamos el filtro de la ejemplaridad que se pide a esta pandilla.

Las emociones negativas forman parte del día a día. Eso no justifica ningún acto deplorable, por supuesto, en la academia están para aprender de música y, a la vez, progresar en educación. Pero, al mismo tiempo, es lógico que surjan choques de compartir tantos días en un programa que no deja de ser una competición. Incluso también hay que entender que los concursantes sufren procesos internos que desconocemos. Ni pueden ni deben actuar como las expectativas del público anhela. Si Juanjo es arisco delante de las cámaras en algún momento, no tenemos toda la información de por qué se corta y no fluye ante Martin como los fans esperan. Quizá esté pensando en sus padres, quizá necesite su espacio, quizá tantas historias.

Al final, OT es una convivencia con sus dudas, arrebatos, ilusiones, desidias y agobios. Y con sus maldades incluidas, claro, pues la maldad la llevamos cada uno de nosotros dentro en nuestra vida cotidiana. Pero es más fácil encontrarla en los demás. Más fácil todavía si vivimos en una hipervigilancia de todo, que exige a unos chavales unos comportamientos morales tan ejemplarizantes que, a menudo, impiden distinguir entre cuando es daño real y cuando es mera juventud. Y, mientras tanto, que desafinen o no ya es lo de menos.

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