Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'Sálvame' y 'OT': el vértigo compartido de sus protagonistas

La identificable montaña rusa de sentir el triunfo, la frustración, la soledad y el temor ante un futuro complicado, no con las mismas oportunidades y apoyos para todos.
Parte del elenco de Sálvame
Parte del elenco de Sálvame
Mediaset
Parte del elenco de Sálvame

Siempre afloran los vértigos cuando la academia de Operación Triunfo se empieza a vaciar. Entonces aparecen los silencios de aquellos que ya han causado baja y los participantes se percatan de que nada será igual después de meses compartiendo emociones, aprendizajes y expectativas dentro de una escuela televisada en donde las cámaras terminan pasando a segundo plano.

La propia congregación de la convivencia va definiendo los propios estados de ánimo de la vida: de la ingenuidad alegre, festiva e inconsciente del principio a la montaña rusa de sentir el triunfo, la frustración, la soledad y el temor ante un futuro complicado, no con las mismas oportunidades y apoyos para todos.

Esta sensación, tan identificable por toda la sociedad, se ha ido repitiendo en las ediciones más memorables de un Operación Triunfo que, ahora, prepara su retorno en Amazon. Y triunfará si existe esa reunión de personas en las que nos reconocemos. Esa es parte esencial del éxito del programa: sus participantes son un estimulador espejo de cómo somos. No es de extrañar, por tanto, que la academia de OT tengan más puntos en común de lo que parece con Sálvame y su desenlace actual.

El magacín de tarde de Telecinco se ha quedado en la memoria colectiva porque se transformó en un reality de personas diversas que podían ser nuestros vecinos de escalera. Sabían de lo que hablaban porque hablaban de lo que vivían. Pero cuando los cañones de luz de Telecinco se han apagado ha surgido el tambaleo de sentir que ya nada será igual. Porque, como los cantantes de OT, cada personaje de Sálvame va recolocándose en otros programas, en otros espacios, en otros formatos. Pero por separado ya nunca serán lo mismo. 

Y el calado social de Sálvame se alcanzó gracias a la compenetración de personas tan distintas y, a la vez, tan parecidas que representaban el país de tan raros y tan iguales que somos. Sus caracteres complementarios hicieron el equilibrio. Y su fórmula del éxito no siempre triunfa en solitario, pues se construye a través de las reacciones de los compañeros. Compañeros que les entiendan, que les relativicen, que les apasionen, que les dejen jugar. Nos contagiamos de nuestros entornos. En un hábitat puedes desprender una personalidad y, después, cuando ha terminado, te quedes perdido intentando encontrar qué eres entre mucha gente que marea con las expectativas de lo que debes ser. Le pasó a Rosa López, le pasó a Chenoa, le pasó a Ana Guerra. Le pasó a tantos. Ahora lo sufren los de Sálvame, a su manera. OT y Sálvame son realidades profesionales diferentes, pero ambos son programas de compartir emociones en los que aprendes que las historias siempre se acaban y que juntos no somos lo mismo que separados.

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