Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Los dos planos de reacción más descriptivos de la gala de 'Los Goya 2024'

Los Goya que no quisieron meterse en charcos. Como si eso fuera posible.
J. A. Bayona, emocionado en Los Goya
J. A. Bayona, emocionado en Los Goya
RTVE
J. A. Bayona, emocionado en Los Goya

La mejor emoción se narra en primer plano. Lo saben en el cine, lo saben en la tele. Y dos primeros planos han sido de lo más transparente de la gala de entrega de los premios Goya 2024: el constante plano de reacción de J.A. Bayona con los ojos húmedos de emoción al llevarse tanta estatuilla y el plano de expectación de Sigourney Weaver, demostrando que es un enorme actriz interpretando el disfrute de un show de tres horas que no está entendiendo. Pobre ella. Y pobre Penélope Cruz, ejerciendo a su lado de entusiasta traductora de esta emisión que ha reunido una pizca de homenaje a los TP de Oro de los noventa, un poco de gala de Nochevieja de actuaciones musicales con mucha luz y mucho ballet y un bastante de celebración del cine.

Sigourney Weaver, en plena actuación de David Bisbal.
Sigourney Weaver, en plena actuación de David Bisbal.
RTVE

El acierto de la ceremonia ha estado en ir a lo seguro. No perderse en experimentos y centrarse en los premios. El programa ha sido un desfile de actores entregando estatuillas. Todo muy directo, concreto y rápido. Sólo roto por algún guiño premeditadamente desengrasante. Como uno de los momentos más esperados, el homenaje a Concha Velasco

Así, previsiblemente, Ana Belén y Los Javis han cantado, cada uno a su manera, Mamá quiero ser artista (y un poco de La chica Ye-Ye) como presentadores del show. Los tres estaban versionando la mítica actuación que realizó Velasco en aquel gigante Un, dos, tres... Responda otra vez, de Chicho Ibáñez Serrador. Con su gran chaqueta azul brillante. 

Concha solamente necesitaba a ella misma para llenar un escenario inmenso. Estos Goya, en cambio, han requerido más barullo visual para que el auditorio vibrara con un show en el que se ha echado en falta más mordacidad. No son buenos tiempos para los monólogos corrosivos que realizan autocrítica de la época social y el cine que habitamos. Mejor no meterse en jardines que enfaden a alguien. Aunque, hagas lo que hagas, siempre habrá gentes listas para ofenderse. Incluso cuando Ana Belén grita "se acabó" a los abusos machistas. 

Incluso cuando se reivindica un mundo en el que quepamos todos en igualdad de condiciones. Incluso seguro que molestó a alguien ver a Los Javis narrando sus vínculos y nostalgias con la ceremonia, mientras la pareja estaba sentada en el sofá de Todo Sobre mi madre, que este año cumple 25 años. Allí mismo se reunió Pedro Almodóvar con el reparto de la peli y, entonces, Antonia San Juan, Penélope Cruz, Cecilia Roth y Marisa Paredes empezaron a recordar sonoras frases que dijeron sobre esos cojines rosas. Frases que también escandalizan a algunos, claro. Es lo que tiene el cine, que responde cómo es la sociedad hasta a las personas que no quieren ver cómo somos. Almodóvar controla bien el asunto. Y lo reivindicó en uno de los momentos estelares de la noche, cuando antes de entregar el premio a mejor película se saltó el guion y contestó al invitado institucional que días antes criticó a los cineastas: "Me vais a permitir que haga una reivindicación más y esta a favor del cine español. No hace muchas horas un político ha hablado de nosotros. Yo soy uno de esos señoritos. A este hombre le voy a decir lo obvio, ese dinero que recibimos con anticipo lo devolvemos con creces al Estado". Ahí sí que faltó un buen e indiscreto primer plano de reacción del aludido. Pero nos conformamos con un plano general. 

La asignatura pendiente de Los Goya sigue siendo intentar explicar mejor nuestro cine desde el entretenimiento que permite conocer a los trabajadores del oficio de la ficción, entender sus motivaciones y animarse a descubrir sin prejuicios sus pelis. Nadie dijo que fuera fácil. La voz en off de Carlos del Amor, al menos, intenta aportar contexto.

Sin embargo, esta ceremonia no ha creado momentos propios realmente icónicos sobre el cine actual. Empezar al ritmo de Mi gran noche podría haber sido hoy o en 1997, podía haber sido en Nochebuena o en Fin de año. ¿Dónde queda el imaginario de nuestras películas de hoy? Vivimos tan rápido que repetimos en exceso los moldes con los que crecimos, aunque Los Goya deberían atreverse a arriesgar más aprendiendo de la esencia del cine clásico: el suspense de la emoción inesperada, que nos despierta sentimientos compartidos aunque nos sintamos diferentes. 

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