Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Ana Belén, la libertad de la complicidad

Los mensajes son elásticos, pueden adaptarse a la medida de expectativas ajenas que jamás imaginaste.
Ana Belén con Jordi Évole en 'Lo de Évole'
Ana Belén con Jordi Évole en 'Lo de Évole'
Atresmedia
Ana Belén con Jordi Évole en 'Lo de Évole'

Hay paseos donde parece que el impaciente tiempo se para. Aunque el Sol no deje de moverse hasta esconderse. Ana Belén y Jordi Évole caminan, hablan, callan, se miran. Están transmitiendo la tranquilidad de la libertad. Libertad de la real, la que trata a las personas como ciudadanos en convivencia y no la que las minimiza al consumidor que cree siempre llevar la razón. 

"¿Pensamos que el público no es inteligente?", se cuestiona Ana Belén cuando Jordi Évole insinúa que, en la actualidad, quizá su película La pasión turca hubiera sido cancelada porque se centra en una relación tóxica. Y qué. "Creo que hemos llegado a un punto de infantilismo, o nos lo dan masticadito y con el punto de vista ya hecho... Yo cuando hago una película no tengo que ponerme del lado del personaje. Sólo entenderlo. Ni justificarlo. Y ahí os lo dejo", responde contundente la actriz y cantante. De nuevo, demuestra libertad.  La que no tutela. La que no impone.

En una época de la instantaneidad que estamos muy intensos pero poco profundos, este encuentro en Lo de Évole permite cuestionarnos tendencias de libertad trivial que, en realidad, van mermando nuestra poderosa conciencia crítica. El cine nunca debe ser ejemplarizante. Al contrario, cuando nos despierta es mostrándonos todos nuestros claroscuros. Apagar o invisibilizar una película, una serie o un documental porque no se ajusta a un discurso modélico es un veto que nos empobrece. Y nos hace más manipulables, pues el prejuicio impide ver con miradas amplias el resultado de una obra. 

Se nos está olvidando que contar una historia no es dogmatizar. Es indagar en realidades, conflictos o fantasías. Se puede educar con la ficción, por supuesto, pero resultar edificante no es su obligación. Lo sano es que los creadores muestren la sociedad con sus imperfecciones, conflictos éticos e incluso con sus decisiones maquiavélicas que, a menudo, ayudan a progresar sin reproducir los mismos errores. Que los repetimos.

"Tanto remar para acabar en la orilla, que dice el refrán", ironiza Ana Belén al conocer en boca de Évole que su himno, "España, camisa blanca de mi esperanza", ameniza mítines de la ultraderecha. "No han entendido nada", contesta en mordaz calma. "España, camisa blanca, de mi esperanza. De fuera o dentro, dulce o amarga. De olor a incienso, de cal y caña. Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas... nos hizo libres, pero sin alas. Nos dejó el hambre y se llevó el pan".  Los mensajes son elásticos, pueden adaptarse a la medida de expectativas ajenas que jamás imaginaste. 

Aunque la simplificación en la que estamos viviendo ayuda a que nos perdamos los significados profundos. Se da la vuelta a conceptos esenciales como si nada. Así somos más maleables, ya que nos quedamos en la simpleza de la abreviatura elemental que se propaga más rápido. También en los medios de comunicación. Por suerte, hay espacios donde el ritmo no se confunde con prisa. La cuidada narrativa de Lo de Évole te hace sentir que estás allí con ellos en medio del Mediterráneo. Tanto que el espectador se puede permitir pararse a pensar sin demasiadas interferencias. Sólo recibe la imagen limpia de dos personas que parecen saber que la libertad es compartir, que la vida no es elegir o entre blanco o entre negro. Que se avanza intentando entender los matices. Hasta de los estribillos. 

"La calle en ese momento iba por delante. Esas asociaciones de vecinos, iban por delante. Y se manifestaban cada día. Cada día se salía a la calle. Fue la gente la que empujó. Y eso sí deberíamos sentirnos orgullosos como ciudadanía", recuerda Ana Belén sobre la transición española. Instantes antes, ya ha reflexionado sobre los años ochenta: "había una cierta unanimidad porque se trataba que este país se equiparase a lo que significa ser un país moderno, ser un país europeo. La mayoría estaba en eso. Y, ahora, no". 

Y siguen paseando. Y, nosotros, continuamos caminando con ellos. Tener tiempo para el tiempo amasa esa complicidad que permite charlar hondo sin sentar cátedra. Qué raro en los medios de comunicación de hoy, donde lo fácil es caer en la exclamación. Y sin exclamaciones, comparte cómo sufrió acoso sexual por parte de un director de una de sus tantas películas en una sociedad en la que estaba tan normalizado que, todavía hoy, muchos ni siquiera entienden la diferencia entre abuso de poder y coqueteo, entre otras cosas. 

Ante Évole, Ana Belén se abre desde la serenidad antitética a revanchas que representa la esencia de la libertad. La que intenta entender, con todas sus dudas, con todas sus pataletas, con todas sus resignaciones y con todas sus ilusiones. La que nos hace cuestionarnos las cosas del crecer desde la curiosidad de la conversación y no desde la exaltación de la devoción. Que nos paraliza en el día de la marmota. Luego otros sacarán las declaraciones de su contexto de calma en Menorca y serán devoradas por la bulla hecha eslogan arrojadizo, por supuesto. Pero surgieron gracias a la complicidad que brota cuando damos tregua a la impaciencia. Aunque el Sol se esté marchando. 

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