Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Los 4 fallos del paso de Nebulossa por Eurovisión y los aprendizajes que dejan

Nebulossa en la gran final de 'Eurovisión'.
Nebulossa en la gran final de 'Eurovisión'.
RTVE
Nebulossa en la gran final de 'Eurovisión'.

Europa no ha entendido Zorra en ningún instante. La propuesta escénica no ha crecido lo suficiente desde el Benidorm Fest para que el himno se internacionalizara y llegara a más públicos. También a aquellos que no hablan nuestro idioma y no controlan la doble intención de las expresiones. 

La estética elegida, paradójicamente, ha impulsado el prejuicio que el propio tema pretende desactivar: dar la vuelta al insulto que se asocia a "zorra". Ni siquiera hemos dejado adueñarse al completo del palabro a la propia cantante, Mery Bas, ya que en la actuación se ha estimulado el sonido de voces masculinas gritando a la cantante "Zorra" a todo volumen desde el auditorio. Incluso se ha animado a ello en las proyecciones de las pantallas del escenario y se ha recalcado con planos de reacción del público. "'¡Zorra, zorra, zorra!". Quedaba raro. En la vida toca empezar a aprender cuando no es nuestro momento y cuando hay que dar todo el protagonismo a ellas. 

Los insultos machistas se apropian con la corrosión en primera persona, no te los gritan otros hombres o, entonces, puede dar la sensación de que su significado es el mismo de siempre. Aunque sean lanzados por aliados que pertenecen a un colectivo históricamente discriminado. Zorra necesitaba poner a las mujeres en el centro, reivindicándose. Sin necesidad de que nadie hablara por ellas. Sin regresar a los vínculos de estereotipos sexuales de clubs nocturnos de antaño. "Zorra" son aquellas señoras que se divorciaron y las criticaban en el pueblo, "Zorra" son aquellas mujeres que fueron madres solteras, "Zorra" son aquellas chicas que no vestían como la sociedad imponía.  "Zorra" son tantos estigmas pero, esta vez, "Zorra" no era la batalla de dos chicos en corsé. El "Zorra" cañí de Nebulossa no era el de Drag Race. Son significados distintos.

Como consecuencia, en vez de intentar hacer más identificable el mensaje se ha optado por dejarlo estéticamente en una especie de número estelar de fiesta temática en una discoteca. Que está muy bien, pero en este caso no ayudaba a que la audiencia transversal conectara con la letra de la canción y su candidatura. La estética distraía y confundía. Por eso Zorra ha necesitado ser sobreexplicada y, en cambio, Perra de Rigoberta Bandini, que es prácticamente lo mismo, se comprende y se acoge sin demasiadas ofensas a la primera. Algunos dirán que en este caso pesa el edadismo, tienen razón, aunque ha influido todavía más cómo se ha presentado en emisión el show.

Tampoco Mery Bas tenía sus posiciones en escena bien marcadas para proyectar seguridad en la audiencia televisiva. La imagen de cómo subía las escaleras para colocarse en lo alto del sofá circular mostraba más duda que empoderamiento. No era necesario ese plano que la dejaba vendida. Además, en televisión, es muy importante contextualizar lo esencial que sucede en el escenario para que el espectador no se desoriente. Por lo que sea, en Zorra no se ve adrede el cambio de vestuario de los bailarines, cuando hubiera sido una oportunidad para disfrazar el instante en el que Mery escala los escalones pensando "ahora me puedo caer". De haber mostrado en plano general cómo acontecía el cambio de look de los secundarios, se hubiera diluido la imagen de Mery subiendo los peldaños.

Así, la realización de la delegación española ha engrandecido la anecdótica y lógica inseguridad de mirar al suelo para no tropezarse, mientras no ha recalcado lo suficiente la autoridad de Mery cuando pisa en tierra firme y mira a cámara, mira al espectador. Ahí con poner un ventilador moviendo su pelo no basta.

Si no estás dentro del fervor de los eurofans autóctonos por Zorra, la canción se hacía larga. Ha faltado arco narrativo que potencie una historia por la tele y describa visualmente la evolución vital que se supone que cuenta la letra: el viaje de ser insultada y oprimida a sentirte liberada en plena madurez. Cosa que no se ve demasiado en el performance, a no ser que lleves tres meses cantando el tema. Europa no lo capta, no sabe si es la representación de una madame en los ochenta con dos chulos al lado o qué, y desconecta.

Donde sí ha habido una grata evolución ha sido en la voz. Mery Bass se lo ha preparado y ha aprendido en qué instantes pararse a tomar aire para llegar mejor a los tonos.  Porque la voz es también importante en el espectáculo eurovisivo. Aunque no siempre es lo más importante.

El éxito en Eurovisión depende de muchos factores que son difíciles de prefabricar. Lo sabemos, es complicado acertar y debemos empatizar con Nebulossa, sin experiencia en estas complejas vicisitudes televisivas. Pero, para la próxima, existen cuatro cualidades que siempre deben estar en Eurovisión para calar en el resto de Europa, al menos un poquito: que no parezca que impone el escenario al artista (Mery no proyectaba estar disfrutando), que la canción transmita su mensaje tanto a los fans acérrimos como a los que jamás te han visto antes, que la obviedad no arrase con la modernidad y que si no hay suficiente voz que haya suficiente televisión. Y Nebulossa, con todas sus buenas intenciones, que son todas, anduvo falta de las cuatro patas que distinguen el atractivo de un acontecimiento televisivo y masivo como Eurovisión de un concierto pensado para los ya convencidos.

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