Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Las audiencias de 2022 y lo que dicen de la televisión que viene

Pablo Motos, en 'El Hormiguero'.
Pablo Motos, en 'El Hormiguero'.
20minutos | CARLOS LÓPEZ ÁLVAREZ/ATRESMEDIA
Pablo Motos, en 'El Hormiguero'.

Hablemos de audiencias sin números, sólo descifrando resultados. 2022 ha sido el año en el que ya no es sólo una tendencia, es una realidad consolidada: la sociedad no está dispuesta a trasnochar como antes. El prime time se ha adelantado y empieza con Pasapalabra. El rosco es rutina, concisión, empatía, tensión y espectáculo. Y define todo los valores de la televisión tradicional: orden, concreción, desafío y emoción.

Las audiencias de 2022 han remarcado que una programación ordenada es vital para atraer la atención del público. Un público que castiga la contraprogramación y los mareos de horarios de programas. El éxito de la cocina abierta de Karlos Arguiñano, La ruleta de la suerte, Pasapalabra y El Hormiguero de Pablo Motos van muy unidos a que son programas vertebradores que se han convertido en hábitos cotidianos. 

Pero, además de ir siempre a la misma hora para generar costumbre, son espacios con un contenido que va al grano. Los rodeos son castigados en la cuota de pantalla de hoy ante un espectador que se sabe ya todas las artimañas de las cadenas. 2022 ha delatado que los audímetros se encienden más cuando las historias no venden humo y aportan chicha. Los buenos concursos que lideran audiencias son los que sus pruebas no dan tregua a la capacidad de jugar del público, los buenos programas son aquellos que tienen meridianamente definido su sentido, arco argumental, estética y objetivo narrativo. Véase Joaquín, el novato

La audiencia no tiene la paciencia de antes para aguantar según qué meneos. Las plataformas y las redes sociales entregan oferta de entretenimiento sin esperas a sólo un clic, aunque 2022 también ha empezado a dibujar como la televisión bajo demanda ha jugado demasiado con las expectativas del público y sigue dependiendo de las cadenas convencionales de cada país para ser más fuerte. Porque la audiencia necesita que no se lea todo en los códigos globales que remarcan Netflix o HBO. Es más, la audiencia premia cuando se le conecta a lo cercano, a lo que le toca de cerca. Y ahí las televisiones de siempre son las que siguen siendo una ventana a lo más próximo que, encima, se visualiza en colectividad. Aquello que sucede, en riguroso directo.

Aunque tras años de abusar de carteles de 'última hora', programas con el alarmismo con el aliciente y política reconvertida en un reality show, los rendimientos de las audiencias delatan que hay un hartazgo del sensacionalismo con el sufrimiento social. El público prefiere la compañía de entretenimiento imaginativo que enseña y motiva más allá de la polémica confinada que molesta si no hay una motivación comprensible.

La programación de los viejos canales sigue siendo un llamativo escaparate sin rival mediático, que permite al espectador descubrir entretenimiento sin tener que decidir entre tanto impacto colgado en plataforma. Las parrillas de las cadenas pueden ser una vitrina con potencial si se saben construir citas en contenedores diarios. Citas en las que poder transmitir la sensación de acontecimiento hasta con el estreno de series, el gran género que 2022 también ha dejado claro que es el más complicado de encajar en el ruedo de los canales lineales tradicionales. La ficción es perfecta para el consumo a la carta. A no ser que sea un interminable culebrón turco.

La televisión de siempre, la radio que ahora se ve en imagen, los periódicos y las plataformas bajo demanda son complementarios entre sí. Los medios de comunicación siempre han estado en continúa evolución. La única diferencia es que desde hace tiempo ya no son los únicos emisores. De ahí el declive, por ejemplo, de la tele-realidad. Todos tenemos en el teléfono móvil una cámara lista para grabar la espontaneidad que nos encontramos en el camino. Todos somos una cámara en potencia. Todos somos emisores. Todos vivimos un Gran Hermano sin necesidad de encerrarnos en ninguna casa.

Entre tanto vídeo grabado al momento, la televisión cobra sentido desde la elaboración que cuida la esencia de la creación. Ahora más que nunca la tele debe aportar un plus, en calidad de enfoque y en calidez visual. No basta con grabar, hay que grabar bien. Y eso depende de si las cadenas confían en bustos fotogénicos o en autores con esa personalidad artística o periodística que afianza complicidades especiales. Porque la autoría de los programas se va perdiendo y provoca que todos parezcan iguales. Y entonces terminan por no parecerse en nada a su sociedad.

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