Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La habilidad de Arturo Valls en 'El 1 %' de Antena 3

Arturo Valls, en el plató de 'El 1%'.
Arturo Valls, en el plató de 'El 1%'.
ATRESMEDIA
Arturo Valls, en el plató de 'El 1%'.

Ni realities shows ni programas de testimonios, los concursos culturales son el género que más tipos de públicos aporta a la televisión actual. Nos gusta jugar delante de la pantalla. Incluso sentirnos identificados con cómo superan pruebas personas que podrían ser de nuestra familia. 

El último quiz show en estrenarse con éxito ha sido El 1%en donde la cultura general da paso a preguntas que desafían nuestra lógica. 100 personas sentadas en la grada intentan acertar cuestiones tan dispares como curiosas. La dificultad va creciendo hasta llegar a la pregunta que sólo ha acertado un 1 por ciento de una muestra representativa de la sociedad española. De ahí viene el título y gracia distintiva de un concurso que, a priori, no es fácil para un prime time como el de Antena 3: la mecánica requiere concentración, la audiencia se puede frustrar ante la complejidad de algunas preguntas y, encima, no da tiempo a empatizar con los participantes. Son tantos que es complicado conocer bien quiénes son y, lo más importante, cómo son.

Sin embargo, El 1% atrapa. Es similar a comer pipas, muerdes una y quieres probar otra más. Intentas descifrar una pregunta y necesitas continuar con otra más. El "espectáculo del razonamiento" engancha más que cualquier tertulia televisiva. Porque pilla por sorpresa nuestro conocimiento y nuestras expectativas.  

La otra fuerza del programa radica en su fluidez, tejida con ayuda de Arturo Valls. Qué importante es el carácter del presentador para que funcione o no un formato de estas características, que casi se sustenta en el silencio de concursantes sabelotodo pensando. Alguien tiene que terrenalizarlos. Y Valls construye el relato del show con un sabio humor, hábil dibujando las peculiaridades de los participantes cuando aciertan o cuando erran. Es más, Valls y sus pullas crean gags recurrentes sobre aquello que va sucediendo con una maravillosa destreza para tirar del hilo durante toda la emisión. Así arma un arco narrativo completo y el programa no es sólo una sucesión de preguntas resabiadas. 

Lo logra porque hay un buen guion, porque hay un buen casting plagado de diversidad y porque él mismo es de ese 1% de presentadores que escucha mejor que habla. Porque muchos piensan que el trabajo de comunicador es hablar todo el rato. Algunos incluso creen que el oficio del presentador es inyectar tensión, morbo y cizañas. Al contrario, como en la vida, la destreza está más en construir complicidad a través de la curiosidad que nos une, nos hace sentir reconocidos, nos implica e incluso nos descubre ideas.  

Arturo Valls observa con la travesura de un niño y, a la vez, con la capacidad de relajar intensidades de un maduro adulto. De esta manera, acaricia el equilibrio de corrosión y honestidad que sustenta la mejor comedia, la que es motor del prime time: la comedia cómplice al ser hábil retratando cómo somos. La dinámica de El 1% no da demasiado margen a coger cariño a los concursantes, pero da igual: hay un presentador que no depende de vender humo y cebos para alimentar épicas exageradas. Con Arturo Valls basta con las sonrisas compartidas.

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