Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Lo fácil que es criticar a la televisión

Dar con la tecla que genera un éxito televisivo es una tarea ardua, inhóspita, poco agradecida.
Jorge Javier Vázquez en 'Cuentos chinos'.
'Cuentos chinos', primer cancelación del curso, vista y no vista.
Mediaset
Jorge Javier Vázquez en 'Cuentos chinos'.

Cada vez exigimos más a la televisión, porque cada vez nos acompañan más imágenes a diario. Recibimos tantos impactos constantemente en nuestro móvil, que es fácil perderse en los canales tradicionales y sentir que no exista nada interesante que ver. Nuestra retención de atención es más efímera que nunca. Los propios creadores de la televisión se quedan bloqueados en esta impaciencia colectiva, todo va tan rápido que ni siquiera hay margen para asentar programas con sello diferenciado. Porque la elaboración de aquello singularmente distinto siempre necesita espacio para ser conocido e incluso sentirse reconocido.

Pero el medio de comunicación que todavía consigue reunir a más miradas al unísono sigue siendo la televisión. Su fuerza es la más masiva, así que es normal que exista un tipo de espectador que siente una especie de superioridad observando y analizando la televisión. En el sofá. En Twitter. En el X. Donde sea. Porque, como sucede en el fútbol, todos creemos saber de televisión, hasta parece que todos tenemos la varita celestial capaz de crear éxitos. Y todos, a la legua, somos capaces de prever los fracasos. Pero opinar de televisión es fácil, lo complicado es hacer televisión.

No existe una ciencia exacta para conseguir un éxito en la pequeña pantalla. De hecho, ese probablemente sea el problema que han interiorizado muchos responsables de la televisión de hoy: ante la falta de esa ciencia exacta, se centran demasiado en datos numéricos y, con ellos, se dedican a clonar fórmulas supuestamente testadas. Olvidan que, a menudo, triunfar requiere intuición, riesgo y capacidad para contar historias con carácter propio. Pero esto también es fácil de decir y muy complicado de lograr. Dar con la tecla que genera un éxito televisivo es una tarea ardua, inhóspita, poco agradecida. Más aún cuando la pantalla requiere ese tiempo de cocción que pocas veces permiten las frenéticas dinámicas de la industria audiovisual actual.

Hay programas que empiezan mal pero, en cambio, podrían llegar a funcionar si se les permitiera mejorar, crecer, evolucionar y aprender de errores iniciales. Sin embargo, hay formatos que si no triunfan desde el minuto uno, enseguida aparece la sombra de la cancelación. Y, mientras, todos opinamos. Desde casa o en las redes, nos preguntamos: ¿cómo pensaron que tal o cual programa tan malo podría funcionar?, ¿por qué se le dio luz verde si nosotros vemos tan claro que es un percal? 

Nadie quiere fracasar. Los programas nacen porque alguien, con mayor o menor perspicacia, cree firmemente que pueden cuajar. Y sus responsables normalmente ponen su trabajo, su empeño y su talento al servicio de conseguir el mejor resultado. Nadie quiere batacazos, todo el mundo ansía hacerlo bien. Pero es que hacerlo bien es lo complicado. Por eso, cada temporada, es mayor el número de fracasos que de éxitos. Constantemente, vemos programas que cuentan con los ingredientes aparentemente adecuados e incluso sus artífices son profesionales que han sabido hacerlo muy bien en otras ocasiones. Y pinchan. Porque un éxito depende de demasiados factores, muchos de ellos intangibles o impredecibles.

El arte televisivo se produce cuando convergen elementos que en muchas ocasiones son imposibles de prefabricar. Es lo que quita el sueño y provoca quebraderos a mandamases de las cadenas, directores, guionistas... Pero todos los programas de televisión, incluso los peores, cuentan con un trabajo detrás del que aprender y que valorar.  No siempre lo hacemos. Derribamos con enorme facilidad lo que no funciona o no nos gusta. Y exigimos que lo hagan mejor, que se lo curren más... 

Así es la fiesta de la televisión: las luces de colores y las fanfarrias de los platós hacen que parezca sencillo lo que, en realidad, no lo es. La tele tiene una trastienda complicada, repleta de frustraciones, de inestabilidad laboral, de batallas derrotadas, de ideas abortadas, prejuicios vencedores y de aspiraciones rotas. A pesar de ello, como la palabra "cancelación" nos da un maquiavélico y morboso regustillo de superioridad mental, pocas veces hacemos el ejercicio de empatía de ponernos en la piel del que está al otro lado, del que intentó hacer un buen programa pero, por lo que sea, no le salió bien.

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