Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La España de Noemí Galera

Noemí Galera en el plató de OT 2023
Noemí Galera en el plató de OT 2023
Prime Video | Jose Irún
Noemí Galera en el plató de OT 2023

Soy de la generación de los concursantes del primer Operación Triunfo.  Compartíamos las mismas edades, incluso los mismos complejos. Nos habían insistido en que nos íbamos a comer el mundo, y lo intentábamos. Aunque nos costaba salir de unos patrones sociales muy preestablecidos. Ni siquiera el propio programa lo permitía, cada participante encajaba en un molde estereotipado que, cuando acababa el concurso, oprimía.

Los años pasan, las reticencias aparecen. Pero OT sigue manteniendo su esencia de reunir la ilusión de un grupo de chavales en plena explosión de la edad en la que aún sientes que eres infinito. En eso, en la sexualidad en ebullición, en la contradictoria adrenalina de recoger la ovación de un público que se siente implicado en tu vida y en el miedo al día después de salir al exterior de la Academia continúa Operación Triunfo igual a cuando nació con el comienzo del milenio. Hay emociones universales que no cambian demasiado. Pero, por suerte, en poco más se parecen los participantes de OT 2023 a los de OT 2001. Ni siquiera a los de 2017. Nosotros tampoco ya nos parecemos a ellos.  

Pero sí a Noemí Galera, que sigue ejerciendo el necesario vínculo de realidad entre la burbuja del interior de la Academia y el público que conecta con el programa. Porque OT sólo es un programa de televisión. Aunque un programa de televisión que su éxito se sustenta en la capacidad de captar la evolución de la sociedad española en estas dos décadas. La dirección de casting ha sabido tomar el pulso a la riqueza de cómo somos. Y cómo hemos evolucionado.

Noemí Galera hemos terminado siendo todos. Noemí Galera se podría llamar España Galera. Su trabajo ha ido pasando por prácticamente cada uno de los estados mentales de un país que ha ido aprendiendo que lo que era lo normal no siempre era normal. Esa España que primero sentenciaba a los demás cómo tenían que ser para no decepcionar expectativas y que, al final, se ha percatado de que la vida es relativizar los clichés para comprendernos mejor. 

La propia Noemí Galera ha puesto cara a ese crecimiento de sensibilidades en la manera en la que la hemos visto delante de las cámaras, de la pasión de los teatralizados jurados de Telecinco a la naturalidad de entender que pontificar sobre los demás no sirve de demasiado. Quizá porque conforme se va avanzado y la perspectiva vital es más grande uno se cerciora de que sólo surgirán más dudas. Así OT no ha cae en la trampa de las cansinas frases hechas de "los sueños se cumplen", que primero engañan y luego frustran.

Al contrario, la espontaneidad de Noemí Galera ha ido abriéndose con todas sus ironías inteligentes que afianzan honestos lazos de complicidad con la audiencia. A la vez y como consecuencia, los pies de OT han echado raíces en la tierra firme que ayuda a discernir qué es lo importante y qué es lo anecdótico. Qué difícil es distinguir entre lo relevante y lo accesorio. Pero hay que intentarlo para crecer. Crecer bien. 

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