Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La comedia como antídoto contra la irritación colectiva

Aquellas palabras que creíamos fundamentales empieza a parecer que ya no valen nada. La mentira no se castiga, la libertad se ha torcido en sálvese quien pueda. 
Miguel Gila
Miguel Gila
RTVE
Miguel Gila

Aquellas palabras que creíamos fundamentales empieza a parecer que ya no valen nada. Como si la "mentira" no se castigara, como si la "libertad" se hubiera torcido en sálvese quien pueda, como si el "activismo" que intenta cambiar a mejor el mundo resonara a maléfico... 

La polarización política ha desvirtuado conceptos esenciales, incluso consiguiendo dar la vuelta a su significado. Y las redes sociales han sido el altavoz perfecto en donde se ha hecho realidad una perversa fórmula para el éxito: "irrita y te harás más poderoso", pues aquellos a los que ofendas te dedicarán tanto tiempo que terminarán otorgándote autoridad y relevancia. Incluso followers

Lo importante es que se hable de uno, aunque sea para mal. La velocidad con la que se consumen los impactos audiovisuales en nuestra propia mano hace más fácil picar el anzuelo de la provocación. Lo que indigna se retuitea y, entonces, es más visible. La demagogia efectista se ha convertido en el camino, ya que vemos más aquello que nos enfada que lo que nos aporta. Así se ponen en el centro del debate público temas que no están a debate, como los derechos humanos. Y quien intenta rebatirlo con buenas intenciones, al final, casi que aprueba lo que rebate. Porque mientras pretende combatirlo, pone el foco y resalta odios minoritarios hacia personas vulnerables hasta hacerlos visiblemente más grandes, más relevantes. 

Mientras tanto, los medios de comunicación ávidos de audiencia rápida también caen en la trampa de difundir el caos viral. Aunque sea residual fruto de un puñado de tuits. Aunque no esté contrastado. Aunque no exista en la convivencia diaria en las calles. Pero la controversia ferviente da clics.

Un escenario retorcido que ha propiciado un caldo perfecto para discursos ultras que se ha propagado a otros ámbitos, como la política más moderada. O provocas con el simplismo incendiario. O quizá seas invisible. ¿Cómo salir de este laberinto? Hay un oficio que pone muy nerviosos a los contaminadores de intolerancias: los artistas de la ironía.

Alguien podría pensar que hacer el humor con los discursos de división es como un retuit y, entonces, provoca el mismo efecto de amplificar los mensajes. Sin embargo, con el humor parece que no vale la frasecilla  de "que hablen aunque sea para mal". La comedia molesta. Porque la comedia inteligente ridiculiza. El humor fomenta un espíritu crítico que nos hace plantearnos las circunstancias desde sus cimientos. De ahí que la comedia haya dado pavor al fascismo desde su origen, siempre intentando censurarla. La prefiere esconder en armarios, no vaya a ser que desenmascare las intenciones, pues la buena risa crea una sociedad más creativa y menos simplista.

Una sociedad que no pica tan fácilmente en la demagogia que juega con nuestras debilidades y, ahora, se viraliza con energía por la red, antes por el boca-oreja. Mientras las redes sociales hacen vigoroso al villano prestando mucha atención a sus disparates, la comedia lo hace pequeñito dejando en evidencia sus intenciones. Ahí está la diferencia entre la visibilidad que te otorga la morralla simplificadora de las redes sociales y la visibilidad a la que te expone el humor con desarrollo profundo, que también está en las redes sociales. La comedia nos relativiza y nos da herramientas para crecer, para entender la realidad. La comedia es el antídoto contra la ira colectiva. La irritación nos paraliza, la alegría nos permite afrontar mejor nuestra cotidianidad. Hasta en los momentos más crudos. 

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