Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Balenciaga, la serie que descubre las costuras del genio de la moda

"El prestigio queda. La fama es efímera".
Alberto San Juan en Balenciaga
Alberto San Juan en Balenciaga
Disney Plus
Alberto San Juan en Balenciaga

Balenciaga tiene serie. Una serie de Disney, con todo lo que eso conlleva. Bien bonita de ver. Con ese glamour de la factoría de Mickey Mouse que no molesta, que pretende hacer soñar. Quizá por eso mismo la producción se centra en los treinta años de vida del diseñador en París, donde coincide con Chanel, Dior y Givenchy. Se hila como reclamo el lado aspiracional de una combinación que siempre enamora: la ciudad del amor y la edad de oro de la moda. Aunque la historia deje en el tintero todas las proezas de sus primeros años, donde empieza a construir su mirada de excelencia y su personalidad introspectiva desde Euskadi. 

Pero, sobre todo, el valor de la ficción está en su habilidad para mostrar la complejidad de una época y a su protagonista sin aspavientos. Es interesante el ejercicio que aborda a la hora de enfrentarnos a un creador con su genialidad, con su cabezonería, con su equipo y con sus vulnerabilidades. Muchas fruto de las opresiones de su tiempo.

Balenciaga quiere tener todo bajo control. Todo bajo control sobre sus diseños, y hasta sobre lo que hablan de él. Como si eso fuera posible. Así Balenciaga enseña sus costuras incluso cuando las quiere tener bien hiladas. No soporta que especulen con su sexualidad, aunque todo el mundo sepa su sexualidad. No termina de aceptarse y se tapa en los eufemismos de aquellas generaciones apretadas con el corsé de que ser homosexualidad era una tara. Había que esconderlo detrás de las cortinas. Lo que dejaba, además, más indefensas a sus parejas, que fueron cruciales en su vida y en el resultado de su talento.

Es del lugar del que venimos. "El prêt-à-porter no respeta la individualidad del cuerpo", verbaliza Balenciaga en un instante de la serie mientras ve cómo la sociedad evoluciona y él no sabe adaptarse. Quizá porque no era sólo un diseñador, quizá porque es un artista en el que cada uno de sus diseños es una obra de arte tejida a medida. Eso le termina llevando a cerrar su marca, pues no entiende que otros puedan utilizar su nombre si el diseño no está elaborado con sus manos de principio a fin. Aunque sus herederos pasaron por completo de este deseo y, en los ochenta, vendieron la firma para que otros la utilizaran. Y hacer caja, claro.

Una historia en la que Alberto San Juan interpreta a Cristóbal Balenciaga con una exhibición actoral. Si ya de por sí transmitir la esencia de un personaje de tal dimensión es complicado, más aún en un arco de evolución física y emocional de treinta años, esta producción además es fiel a los tres idiomas que hablaban sus protagonistas: francés, español y euskera. San Juan te hace ver a Balenciaga sin que parezca una imitación. Lo que debe ser, pero no siempre es en las series que recrean vidas pasadas. 

Así se logran seis capítulos de alta costura. Con sus licencias dramáticas, claro, para dar un toque más dramático a la trayectoria de un hombre que iba del taller a casa y de casa al taller. Cuidado, no es un documental. Por tanto, el guion se permite modificar hechos biográficos que pueden llevar a confusión. Audrey Hepburn jamás fue a la Maison Balenciaga ni él recomendó a la actriz a Givenchy para su icónico vestido de Desayuno con Diamantes. Tampoco es fiel a la realidad el fallecimiento de su primer gran amor Wladzio D'Attainville, que murió de una peritonitis y no de de un derrame cerebral. Pero así la serie acelera la desaparición del personaje de una manera más rápida, efectista y épica. 

De hecho, en la ficción se echa de menos que no afronten los vínculos del diseñador con la familia Franco. Disney lo tricota de una manera más latente y se centra en dibujar cómo Balenciaga sabe quién puede pagar sus vestidos y se disfraza de lo que esperan de él. Sin apenas subrayar, la serie enfrenta a un autor que ha crecido en una sociedad de supervivientes atados a apariencias y desconfianzas. Lo que ayuda a que Balenciaga se encierre más en sí mismo. Lo que también impulsó su magnetismo como diseñador de renombre conocido pero de imagen desconocida, pues dejó su rostro metafóricamente y literalmente oculto detrás de las telas hechas cortinas del salón de sus desfiles, como intentando poner en práctica su propia cita célebre: "El prestigio queda. La fama es efímera". 

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