La primera fase de remodelación de la red de la EMT prevista para el 26 de julio, y que incluye cambios en 11 líneas y la creación de la 99, es un desafío, pero también una oportunidad. Un desafío porque, como se ha visto en el llamado proceso participativo, la opinión de los vecinos no es un veredicto inequívoco. Habrá usuarios que se sentirán perjudicados por la supresión de itinerarios, por más que se explique que están duplicados o que son tortuosos e ineficientes, y también quienes aplaudan los cambios porque dispondrán de un servicio nuevo. Entre estos últimos, indudablemente, los usuarios de la nueva línea 99, maltratados y desatendidos hasta la fecha por el mero hecho de vivir en el bulevar sur.

La EMT se ha ido desarrollando a lo largo de los años como una red radial, desde los barrios hacia el centro, lo que crea un cuello de botella en plazas como la del Ayuntamiento, San Agustín o la Reina que atasca estos entornos y retrasa el bus. Repensar la red es, a priori, una buena idea, pero el hecho de tener una buena idea no implica necesariamente que se plasme con éxito ni que su resultado tenga que ser satisfactorio.

Rediseñar el servicio con más transbordos y conexiones parece necesario. Los responsables municipales deben aprovechar la ocasión para mejorar y, si es necesario, para rectificar ante las próximas fases.