Indomable casero, acaso conozca usted una canción de 1967 sobre alquileres y arriendos. La compuso y cantó Bob Dylan –ese hombre hosco que ha puesto de los nervios al gremio de literatos que se atribuía el derecho exclusivo para ejercer como proxenetas filológicos y semánticos–. La pieza, Dear Landlord (Querido casero), es un arrastrado lamento. El narrador, consciente del alto rendimiento de doblar la testuz, plegarse e implorar, podría ser yo, pero le advierto del peligroso error de imaginarme en similar talante y susurrando: "Querido casero / Por favor, no ponga un precio a mi alma". Pese a que los negociados del europeísmo y la aplicación transaccional de sus garantías han reclamado juego limpio de usted y todos los caseros españoles –sobre todo los bancos, por supuesto, dueños de hipotecas redactadas como licencias de muerte por escribanas de la extorsión–, los desahucios vuelven a crecer (un 2,2% en los tres primeros meses de 2017, cuando se registraron 17.055). Lo dijo ayer el Consejo General del Poder Judicial –apéndice de incógnito del Poder Legislativo en este casi autárquico modelo de Estado que nos hemos dejado colar–. Ahora llaman a los desalojos lanzamientos, término de jurídica corrección pero que permite enmascarar con jerga sport una de las mayores tragedias sociales: la expulsión al cemento de la acera por un delito, el impago o incumplimiento de contrato, que en otros casos se juzga con benevolencia y humanidad y, sobre todo, sin policías, pelotas de goma, agentes judiciales, bomberos, paramédicos y demás tropa de asalto.
Como los bancos mantienen bien guardado el papelito del conteo –con la cómplice permisividad de la autoridad gubernativa-legislativa-judicial–, no sabemos cuántos ciudadanos han sido lanzados al desahucio en los últimos años, pero se manejan cifras que rondan los 500.000 casos de viviendas desalojadas. Le repito otro par de versos de Dylan, casero: "No voy a discutir. / No voy a moverme de aquí". ¿Sueno a resistente? Perfecto, era la idea. No me dan lástima los dueños de casas, que en España son, por goleada, las entidades financieras, cuando los propietarios siguen pudiendo dormir en un cierto estado de paz pese a saber que el suicidio se encarama ya como la primera forma violenta de muerte en el país –más de 3.500 al año– y que las estadísticas oficiales no anotan la causa que llevó al suicida a sacarse del medio. Insisto con Dylan, casero desalmado: "Si no me subestima, / no lo subestimaré".
Su futuro desalojado
Jose Ángel González
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