OPINIÓN

Crece la desconfianza

Carolina Darias, ministra de Sanidad, este miércoles.
La ministra de Sanidad, Carolina Darias.
EFE
Carolina Darias, ministra de Sanidad, este miércoles.

El pasado mes de junio, algún asesor de comunicación de Moncloa ocupó horas en la búsqueda de un titular para la historia, de una frase que sería destacada en letras gruesas por los periódicos, y a la que cadenas de radio y de televisión concederían la púrpura de encabezar sus emisiones. El ingenioso asesor entregó el papel con el resultado de su trabajo a la ministra de Sanidad, y la señora Darias lo leyó ante los medios: "Las mascarillas dejan paso a las sonrisas".

La frase, más allá de su carácter naif y adolescente, tenía carga de fondo. El Gobierno nos anunciaba la buena noticia de que ya no estaríamos obligados a taparnos la boca en espacios abiertos. Pero, como segunda derivada, Moncloa establecía en la conciencia colectiva que las cosas empezaban a mejorar y el futuro inmediato estaría salpicado de situaciones venturosas.

Como la economía es, también, un estado de ánimo, el Gobierno complementó las buenas nuevas sobre la situación de la pandemia con augurios optimistas sobre una paralela mejoría para nuestros bolsillos. Los chamanes oficiales de las cuentas públicas establecían un sólido crecimiento para este año del 6,5%, lo que nos permitiría acompasar el levantamiento de restricciones sanitarias con una fuerte aceleración de nuestro bienestar, sustentado por el apasionado deseo de gasto que hemos acumulado los españoles durante meses de calamidad pandémica, en los que no nos ha quedado otro remedio que ahorrar.

Pero dicen los militares que no hay plan de combate que siga siendo válido cuando empieza la lucha real en el campo de batalla. Y hemos llegado al mes de noviembre con un ritmo de crecimiento económico mucho más lento del esperado, con una crisis energética que provoca temores muy serios para el futuro, con riesgo de desabastecimiento y con los precios en niveles que aún no son venezolanos, pero que sí son preocupantes. El IPC se nos ha ido de las manos al 5,5%, algo que no ocurría desde hace treinta años. Y esto sitúa la inflación de España casi punto y medio por encima de la media europea. Es decir, estamos mal. Y las subidas de precios no afectan a los ricos, sino a las clases populares y a las empresas (que son las que crean o no crean puestos de trabajo).

La estadística de Contabilidad Nacional muestra que los españoles hemos aprendido a no fiarnos del optimismo de los gobiernos: en verano gastamos un 0,5% menos que en el trimestre anterior, a pesar de que nos animaron a gastar porque la pandemia se terminaba (cosa que aún no ha ocurrido). Pero hemos sido más previsores que las autoridades y seguimos ahorrando, mientras los Presupuestos Generales del Estado son una versión moderna del famoso "que no nos falte de na". Tengamos cuidado.

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