La última genialidad de Donald Trump ha dejado perplejos a los expertos, opositores y muchos de sus seguidores. En las últimas horas ha publicado varios tuits, su medio de comunicación preferido, con la insólita propuesta de cambiar la fecha de las elecciones presidenciales previstas para el 3 de noviembre.

Algo sin precedentes que escandaliza a la opinión pública, choca con la vigésima enmienda de la Constitución, que establece como garantía que la fecha no sea arbitraria y que deberán celebrarse cada cuatro años el primer martes después del primer lunes de noviembre. Aunque las propuestas de Trump nunca sorprenden, en esta ocasión todo el mundo considera una iniciativa interesada.

A falta de tres meses de la fecha oficial, todas las encuestas coinciden en atribuirle a Biden, su adversario demócrata, una gran ventaja. Y parece difícil que en el tiempo que falta, Trump pueda recuperar, si consideramos todos los problemas que actualmente le agobian: el coronavirus fuera de control ya supera los 150.000 muertos, los incidentes raciales se repiten por diferentes estados, la economía sufre los efectos de la pandemia y más un millón han perdido el empleo.

Claro que no son estas las razones que esgrime para justificar su propuesta. Arguye que según están las cosas se prevé una gran cantidad de votos por correo lo cual puede propiciar una manipulación en masa. "Otros países pueden imprimir papeletas falsas". Para empezar, ya ha empezado a fabricar argumentos para deslegitimar su posible derrota.

Porque es de suponer. aunque tratándose de un personaje así cabe pensar hasta que no lo sepa, que el presidente nunca puede cambiar la fecha. Solamente ante circunstancias muy especiales podría hacerlo el Congreso de los Diputados, con una tramitación complicada y, en esta ocasión, con la particularidad de que los demócratas cuentan con una mayoría holgada en la Cámara.