OPINIÓN

Tenores, jabalíes y payasos

El presidente de la República Española, Manuel Azaña, durante el discurso que pronunció en el Ayuntamiento de Valencia.
El presidente de la República Española, Manuel Azaña, durante el discurso que pronunció en el Ayuntamiento de Valencia.
Luis Vidal. Archivo Gráfico ABC
El presidente de la República Española, Manuel Azaña, durante el discurso que pronunció en el Ayuntamiento de Valencia.

Gracias al empeño de la escritora Elvira Lindo acaba de reeditarse el libro Azaña. Los que le llamábamos don Manuel, de Josefina Carabias. Publicado inicialmente en 1980, recoge la visión de esta pionera del periodismo del que fuera jefe del gobierno y presidente de la República. De paso, nos sumerge en el intenso y luego dramático devenir de los años 30. 

Carabias, que había estudiado bachiller a escondidas de su familia y se había licenciado en Derecho, se hizo periodista en un tiempo de cambios vertiginosos y tiene un sitio de honor entre los grandes cronistas españoles. De su mano llegamos al Ateneo de Madrid, donde un grupo de jóvenes impulsa a Manuel Azaña como presidente de la institución, plataforma de su vida política. Y desde ahí, a la llegada de la República, las dificultades de los sucesivos gobiernos y la intensidad política e intelectual de las tertulias de los cafés y los periódicos. De azañistas y antiazañistas. Hasta el estallido de la guerra, la derrota y el exilio de Azaña, y su muerte, en Montauban, la ciudad francesa donde esta semana le homenajeaban Pedro Sánchez y Emmanuel Macron.

Entre las múltiples lecturas que ofrece el testimonio de Carabias provoca especial desazón constatar la facilidad y rapidez con que se pasa de la ilusión a la tragedia. En apenas un lustro. Arranca con el vitalismo de un tiempo nuevo y causa sana envidia la relación de la joven periodista con Azaña, por supuesto, pero también con otros personajes como Valle Inclán -que le da cobertura en su debut profesional con una ‘entrevista’ exclusiva-, Rivas Cherif o Chaves Nogales. También el relato de coberturas históricas, como el viaje en el tren institucional a Barcelona, en el que Azaña lleva el Estatuto; aún cargado de riesgos y de simbolismo, tuvo sus momentos singulares, como la parada en la estación de Zaragoza, donde les agasaja una rondalla jotera, con coplas alusivas.

Pero enseguida la narración se llena de agitación y de episodios dramáticos. El nacionalismo catalán, las reivindicaciones obreras, el anticlericalismo, la rivalidad y deslealtad entre -y dentro-, de los partidos, Casas Viejas, la revolución de Asturias,… una sucesión de grandes problemas que desembocan en la guerra. Las tres elecciones de la República ya habían sido tres bandazos -izquierda, derecha y de nuevo la izquierda- con una patología común: un ambiente general de intolerancia, en el que Azaña tuvo pocos días felices

También señala Carabias el papel que jugaba en el devenir de los acontecimientos el uso de un verbo encendido: tras un discurso de Ortega y Gasset en las Cortes, los diputados de las constituyentes de 1931 ya quedaron como “tenores, jabalíes o payasos”.

"Demasiados tacticismos, insultos, discursos guerra civilistas y un uso la política como si fuera una serie"

Hoy, nos invade tal sectarismo que cada uno ve lo peor en sus adversarios y solo a ‘tenores’ en los propios líderes. Pero lo vivido en la última semana en la política española es, como ha señalado el presidente aragonés, Javier Lambán, una peligrosa banalización de la política.

Demasiados tacticismos, insultos, discursos guerra civilistas y un uso la política como si fuera una serie. Y los de Vox, sin moverse, recogiendo votos. De nuevo, la intolerancia y los extremismos de los amargos años 30, y el consiguiente deterioro dela convivencia y del crédito de las instituciones. Pero en eso están sobre todo las élites: el grueso de la población bastante tiene con sufrir los estragos de la pandemia en sus vidas y en sus economías, pendiente de una vacuna que cuesta recibir.

Entre tanto trueno, más de 200 intelectuales han ingresado en el Ateneo de Madrid para que vuelva a ser una gran institución cultural. La misma donde Carabias se encontró con Manuel Azaña hace 90 años, cuando el Ateneo se había convertido en un recinto político para cambiar el régimen. La situación socio económica de España es bien distinta de la de entonces, pero en el presente contexto político resuena la frase de Carabias: “Al cabo de los años, cuesta trabajo creer que las cosas pasaran como pasaron, con tanta facilidad”.

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