Fernando Baeta Subdirector del área editorial de Medios de Henneo
OPINIÓN

Serrat

El Gobierno concede a Serrat la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio
El Gobierno concede a Serrat la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio
Marta Perez
El Gobierno concede a Serrat la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio

Quizá porque nuestra vida sigue jugando al amparo de sus canciones y poemas… Y escondidos tras sus letras hemos ido creciendo sin detenernos hasta el ocaso… seguimos llevando su voz y su luz por donde quiera que vayamos… Y amontonada en nuestra memoria guardamos toda la arena que nos ha ido dejando a través de tantas canciones que nos servirían, a buen seguro, para acompañarnos más vidas de las que por desgracia vamos a vivir… La mayoría no hemos nacido en el Mediterráneo, pero gracias a Joan Manuel Serrat tenemos alma de marinero y hemos viajado enganchados a su mano, a su voz, a sus palabras desde que el disco de su vida empezó a girar y nosotros con él.

Ahora anuncia que el año que viene se acaba, que lo deja, aunque todos sepamos que no es verdad, que es imposible, que su voz no se callará jamás, que somos afortunados porque sus palabras nos perseguirán siempre, nos acompañarán a todas horas, nos abrazarán permanentemente, nos envolverán y hasta nos amortajarán cuando un día, para nuestro mal, venga a buscarnos la parca.

Este barcelonés, que el próximo 27 de diciembre cumplirá 78 años, ha sido voz y luz desde que empezó a escribir y a cantar y el mundo empezó a dar vueltas a su alrededor. Su obra es inabarcable por la cantidad y por la calidad. Supo entregarnos su indudable talento creativo y supo también aplicarlo para devolver al pueblo a grandes poetas como Antonio Machado y Miguel Hernández –Paco Ibáñez también lo hizo– que hasta entonces permanecían escondidos entre las páginas de sus libros y que gracias a él/ellos volvieron a la calle para ser tarareados por todos los públicos.

Las canciones que creó son tantas que citar algunos títulos provocaría la injusticia de la comparación y el olvido. Las hay en catalán, las hay en castellano y hasta en alguna ocasión ha cantado a capela con Ana Belén una estrofa en catalán, ella, y otra en castellano, él. En este milagro infinito que ha sido su creatividad desbordante nos quedamos con Mediterráneo, quizá el espejo que nos devuelve al más auténtico Serrat y para muchos la mejor canción compuesta jamás en España. Y junto a ella podríamos recordar también 10, 20 o 30 más que casi con toda seguridad están en la boca y en la memoria de todos aquellos que han seguido su trayectoria vital y literaria, que también se ha terminado convirtiendo en la de quienes siempre hemos caminado bajo su estela.

Pero Serrat no se acaba en sus canciones. Su vida siempre ha ido más allá de sus letras, por imposible que parezca. Siempre ha estado donde debía estar, en ese lado oscuro de la luna donde se encuentran los mejores, los que siempre eligen el buen camino, la posición exacta, la idea determinante. Él ha hecho de su cotidianidad un modo de vida, un ejemplo a seguir, y posiblemente lo haya hecho sin esforzarse demasiado, simplemente haciendo lo que creía que debía hacer en cada momento. Así de simple, así de complicado.

Escribía Alex Grijelmo en El País que siempre había estado “en el lado correcto de la historia”. Y es verdad. Toda su biografía está repleta de ejemplos prácticos de ese camino intachable y ético que le llevó a estar en contra de las dictaduras de aquí y de allá. A favor de la democracia siempre, a favor de las causas perdidas también. A favor del catalán cuando había que estarlo y también a favor del castellano cuando tocaba. A favor de las dos lenguas siempre, aunque ello le provocara un sinfín de problemas con las filas del independentismo más intolerante que nunca llegó a comprender que Serrat estaba fuera del alcance de sus disparates. Él supo estar en su sitio, siempre en ese lado bueno y correcto de la historia y de la vida. Siempre Serrat, ‘el noi de poble sec’ que nació en el Mediterráneo.

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