OPINIÓN

¿Por qué ha crecido la homofobia?

Lugar donde fue asesinado Samuel.
Lugar donde fue asesinado Samuel.
EFE/ Cabalar
Lugar donde fue asesinado Samuel.

Se cierra la semana del orgullo con más titulares de ataques homófobos de los últimos años. Presuntamente, uno de ellos se saldó con el asesinato de Samuel, un joven de veinticuatro años, en A Coruña. El pasado domingo, la Guardia Civil no manejaba la homofobia como causa del asesinato, a pesar de que los amigos del fallecido contaban en redes que los agresores gritaron "maricón" mientras le atacaban. Para cuando se publique esta columna quizás ya haya explicación al crimen, pero a mí lo que me interesa es por qué el relato del crimen homófobo se apuntaló con fuerza entre usuarios de redes sociales, televisión e instituciones.

Lo demostró la respuesta a Alejandro Sanz que, haciendo gala de su poco tino habitual en Twitter, escribió que no debía preocupar la orientación sexual de Samuel para condenar el crimen. Intentó arreglarlo, pero los usuarios de la red del pájaro le recordaron que sí importaba porque tenemos un problema de odio por la condición sexual. La homofobia va en aumento, un discurso de odio que tiene muchos responsables.

Los primeros culpables son los partidos al frente de las instituciones que lo alimentan, como Vox, que quiere revisar leyes LGTBIQ+ y mantener terapias de conversión de la homosexualidad. La realidad es que el Partido Popular dialoga (y mucho) con la ultraderecha, y Ciudadanos, que ahora va de centro, ha hecho tres cuartos de lo mismo. Todo por ganar poder, aunque la excusa siempre es la de apelar a la libertad y a la democracia en la que caben todos los discursos.

"Estamos atrapados en la famosa paradoja del filósofo Popper que se pregunta si hay que tolerar a los intolerantes"

Han ganado los de dar pasos atrás en Hungría y Polonia, países que están aquí al lado, en esa Europa que parecía que siempre nos obligaría a ser más abiertos. Hace unos años, el clima era el de buscar las leyes para encontrar la convivencia, pero el de ahora es el de destruirla. Los derroteros del mundo han hecho que haya crecido la intolerancia y ahora estamos atrapados en la famosa paradoja del filósofo Popper que se pregunta si hay que tolerar a los intolerantes.

Se supone que hay que contrarrestarlos con argumentos racionales y mantenerlos en jaque ante la opinión pública. Vamos mal porque lo de que la orientación sexual es un derecho individual suena de lo más racional y no lo entienden. Además, la vergüenza por ensalzar ideas retrógradas se ha cambiado por orgullo al reivindicar la disidencia. No se puede salir de la paradoja sin toparse con la prohibición de ideas, a no ser que esas alimenten la violencia.

El discurso de odio sí es un delito. La intolerancia está derivando en violencia e incluso asesinato. Ahí es donde está el límite. En ese momento, la razón deja de ser válida como argumento y se pasa a la condena. Ese es el relato que debe apuntalarse entre usuarios de redes sociales, televisión e instituciones.

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