En uso de mi libertad de expresión puedo afirmar que las letras de las canciones de Pablo Hasel carecen de buen gusto y poesía. Aplauden ideas y sugieren actitudes poco edificantes, desconsideradas, irrespetuosas e incluso groseras. Son producto de una subcultura urbana que arraiga en sectores de la población, sobre todo juveniles, poco satisfechos con la realidad que les toca vivir. No me gusta el tono que emplea este rapero para comunicarse, pero lo acepto porque creo en la libertad de creación artística y de expresión.
Me dirán que es lógico que los excesos verbales susceptibles de provocar altercados y violencia sean sancionados echando mano del código penal; de acuerdo, pero el encarcelamiento por ese tipo de causas -la perdida de libertad- es un despropósito.
Centenares de personas se manifestaron, y lo seguirán haciendo, para protestar contra la entrada en prisión de Hasel. Con su movilización están ejerciendo un derecho democrático que conviene preservar; claro que sí, pero al mismo tiempo debemos condenar esa violencia gratuita que arremete contra el mobiliario urbano, quema contenedores y pone en peligro la integridad de las fuerzas de seguridad.
Insisto: ni las canciones de Pablo Hasél o Valtònyc son bellas, ni las imprecaciones contra Dios de Willy Toledo destilan positividad; pero de ahí, a meterlos entre rejas, va un abismo. Y, parafraseando un viejo eslogan, recuerden: que cuando un contenedor se quema, señores ciudadanos, algo nuestro se quema.
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