La historia de la humanidad es una mentirosa carrera hacia atrás. Cuanto más avanzamos en progresos, más retrocedemos en felicidad. ¿Eran felices nuestros antepasados? Dependerá de lo que entendamos por felicidad; invento humano, pura ficción que solo existe en nuestra mente abstracta. Y que tanta gente asocia con las comodidades.
Aunque también habría que definir qué entendemos por comodidades. Quizá, esas pequeñas mejoras que, como el teléfono móvil o el correo electrónico, tienden a convertirse en necesidades y a generar finalmente nuevas obligaciones que nos llevan a una vorágine de inmediatez, estrés y, de eso no hay duda, poca felicidad. Una vez nos acostumbramos a ese nuevo lujo contamos con él. Y, al final, no podemos vivir sin él.
Somos incapaces de modificar nuestros hábitos sociales anteriores a la pandemia aunque solo sea durante unos meses
Es lo que el historiador Noah Harari denomina "la trampa del lujo". Somos biológicamente incapaces de ir hacia atrás, de volver a modelos de vida anteriores a, por ejemplo, el móvil o el correo electrónico. No digamos ya la lavadora, electrodoméstico imprescindible donde los haya.
Y no solo se trata de cacharrería. Somos incapaces, ahora lo sufrimos con dureza, de modificar nuestros hábitos sociales anteriores a la pandemia aunque solo sea durante unos meses. Es la trampa de la costumbre, de las buenas costumbres. ¿Cómo no salir de copas, de compras, de cenas...? Nos merecemos ese pedacito de felicidad comprada, esos lujos para nosotros tan cotidianos y absolutamente impensables hace apenas medio siglo.
Pero habrá que llevarle la contraria a Harari. En estas fiestas navideñas de iluminación sombría, la mayor felicidad será saber que muy pronto volveremos a disfrutar todos juntos de los pequeños lujos de la vida. Es nuestra naturaleza. Ten un poquito de paciencia.
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