OPINIÓN

La contención

Aula en un colegio de Labastida, Álava.
Un colegio vacío en Labastida, Álava, donde se han suspendido las clases.
EFE
Aula en un colegio de Labastida, Álava.

La semana pasada, el Gobierno central explicaba su negativa a cerrar los centros escolares porque, según su criterio, el supuesto remedio sería peor que la enfermedad: crearía un serio problema a padres y madres que trabajan, y obligaría a dejar a los niños con los abuelos, que son población de riesgo. Hoy, cientos de miles de alumnos están en casa.

La semana pasada, el Gobierno central explicaba lo desaconsejable que era participar en actos de multitudes, pero el domingo buena parte del gabinete de Pedro Sánchez participaba en la manifestación del 8 de marzo.

Y el lunes, el ministro de Sanidad insistía en lo peligroso que es que haya demasiada gente junta. Ese mismo día, en un acto de la Asociación de Trabajadores Autónomos, el presidente del Gobierno, la presidenta de la Comunidad de Madrid y las demás autoridades se saludaban estrechándose las manos y dándose besos. Consejos vendo…

Si, como ha explicado el Ministerio de Sanidad, los datos que se ofrecen cada día son, en realidad, los que se produjeron cuatro o cinco días antes, debemos suponer que los datos que conozcamos a partir de hoy serán de contagiados poco antes y durante el pasado fin de semana de manifestaciones, asamblea de Vox (con Ortega Smith ya enfermo), estadios repletos y otros festejos celebrados antes de que se adoptaran las primeras decisiones drásticas.

Y eso que en España contamos con una ventaja: aquí podríamos habernos adelantado a los acontecimientos a la vista de cómo evolucionaba la situación en Italia, por no decir en China, Corea del Sur o Japón. Había dónde mirar para aprender lo que hacer y lo que no hacer antes de que la situación empeorara.

Gestionar una crisis como la del coronavirus es un desafío enorme, y casi cualquier error que se pueda cometer es comprensible. Casi. Porque hay uno injustificable, que sería dar prioridad a la propia imagen política. Y en estas semanas de gobierno de coalición hemos podido comprobar que la imagen es algo obsesivo en la coalición. Tardar demasiado en tomar decisiones enérgicas por no enfadar a determinados colectivos es lo contrario de gobernar. Incluso, si hay repercusiones económicas. La salud pública es lo primero.

Por desgracia, la mayoría de las veces gobernar es verse obligado a tomar decisiones malas o muy malas. En definitiva, gobernar obliga a dar noticias desagradables, porque por encima de todo está el bien común. Lo contrario es populismo.

Hasta esta semana, el Gobierno insistía en que no era necesario ir más allá del nivel de contención del coronavirus. Contener es un verbo que gusta en la coalición: contener el virus, contener la desaceleración económica, contener a los independentistas… Pero la contención no siempre funciona.

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