Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Hijos del ruido

Pla obert d'un treballador de Nissan afegint una samarreta als tres taüts de cartó de dirigents de la companyia cremant a plaça Catalunya el 9 de juny del 2020 (Horitzontal)
Un trabajador de Nissan en una protesta nocturna.
ACN
Pla obert d'un treballador de Nissan afegint una samarreta als tres taüts de cartó de dirigents de la companyia cremant a plaça Catalunya el 9 de juny del 2020 (Horitzontal)

E hijas. Cada vez que escucho en el Congreso de los Diputados los alaridos articulados en cartulinas, me reafirmo en mi impresión de que el ruido ha pasado a formar parte de nuestras vidas en la ‘nueva normalidad’. Es más, para algunos ganapanes de inteligencia milimétrica, el ruido ha acabado convirtiéndose en una sensación acústica placentera y un marco confuso e irregular que ofrece infinitas formas de pírrica creatividad. El ruido parlamentario exuda una forma de sonoridad que dificulta la audición del mensaje inteligente para dar paso a la blasfemia y a la calamidad. Son adictos al ruido y conciben la bronca como una sustancia alucinógena que somatiza al paisanaje, más propenso a una tertulia flatulenta de algún programa de la televisión crepuscular que al debate sereno y crítico.

"La voz se esfuerza, se levanta y se retuerce allí donde el cerebro se relaja, se cae y se envilece"

El ruido es poder que agrieta las conciencias en una sociedad plegada al espectáculo degradante. La bulla y el tiberio, en la voz destemplada de muchos políticos, no es sino una estrategia simplona de dramatización para uso y consumo de los sentimientos. Un grito suma más sensibilidades en el juego del yo político que una reflexión inteligente a media voz y susurrada. La voz se esfuerza, se levanta y se retuerce allí donde el cerebro se relaja, se cae y se envilece. Es el ruido de los mezquinos y de los idiotas.

En cambio, hay otra categoría de ruido. Algunos buscan teorizar la política a través del alarido, porque emplean el ruido como una técnica de ruptura que sitúa en crisis momentánea el orden sonoro general. Por eso el ruido es subversivo, porque distorsiona las formas de comunicación dominantes y permite aunar identidades en torno al estruendo.

"La voz es estática mientras el grito es extático"

En este caso, el grito también puede ser una impugnación radical del orden establecido, una expresión dolorosa y prehistórica del ser humano cuando nos enfrentamos a otros, cuando estamos escarnecidos, cuando queremos llamar la atención, cuando padecemos la pérdida emocional, cuando nos rebelamos contra la indignidad o cuando procuramos algo para sobrevivir. La voz es estática mientras el grito es extático. Hay una negación total en el grito, una disonancia que invita a ver el mundo de otra manera y de esa manera elevar la protesta a otra intensidad de sonido.

Es el grito del hartazgo, de los descreídos, de los símbolos y de la identidad. El grito se convierte en un factor agudo de movilización social, que tiene un impacto directo en la sociedad. Hay gritos de Núñez de Balboa en Madrid y gritos de Nissan en Barcelona. Hasta en la terne Galicia, en la Mariña lucense, gritan los de Alcoa. Que nadie olvide que el grito nos sitúa en el umbral de nuestra cultura tal como la entendemos. Y hay quien todavía no lo escucha.

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