Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

El amor en tiempos del coronavirus

Una pareja camina por las calles de Sevilla durante el tercer día de aislamiento.
Una pareja camina por las calles de Sevilla durante el tercer día de aislamiento.
E. B / EP
Una pareja camina por las calles de Sevilla durante el tercer día de aislamiento.

Hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: que está borracho y que está enamorado. El amor. Esa pulsión lacerante que lleva a que tu corazón lata más deprisa, la presión arterial aumente, se liberen grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular y se generen más glóbulos rojos. Las órdenes se suceden a velocidades de vértigo: constricción, dilatación y secreción. Es la república de la atracción primaria y de la carne, el país donde la razón es intrusa.

Se dice que el amor es un triángulo compuesto por tres componentes primarios: la intimidad, la pasión y el compromiso. Y se dice también que el amor evoluciona a ritmos muy diferentes, aunque sea regla tradicional que quien se enamora muy deprisa, suele aborrecerse muy despacio. Se dice. O mejor dicho, se decía.

En esta nueva época del amor en tiempos del coronavirus, el hipotálamo anda hipertrofiado. No en vano el amor es una enfermedad que, por costumbre, afecta al sistema nervioso autónomo. Y es un hábito que en tiempos de confinamiento no ha cambiado lo más mínimo, porque los nervios están a flor de piel.

Hay mujeres, como también hombres, que han vuelto a recordar el nombre de sus parejas, por mucho que llevaran años llamándolas "cariño"; hay hombres, como también mujeres, que han descubierto que sus parejas no eran tan insoportables o, a lo peor, más inaguantables de lo que pensaban en trance de reclusión.

En tiempos en que se cierra el Retiro en Madrid para convertir a Madrid en un gran retiro en el que el pánico es un cuervo en una jaula en permanente ebullición, la siesta ha dado paso al sexting.

Como en Parásitos, la película, y hasta como parásitos de la realidad aumentada, buscamos que no se interrumpa la conexión. Cuarentena de amantes que buscan la clandestinidad en el baño para mantener, a través del móvil, el hilo de la esperanza, mientras tu pareja legal de encierro memoriza el No-Do en versión estado de alarma.

Cuarentena de adolescentes en celo que no encuentran sosiego a su férvida pubertad. Cuarentena de abogados de familia que se frotan las manos con los divorcios que vienen. Cuarentena de matronas sin clínica ni hospital que auxiliarán partos el próximo año, nueve meses después de que se declare solemnemente el fin de la reclusión del pueblo elegido. Calamidad de año bisiesto.

Hubo un tiempo de radio presencial en el que Isabel Gemio en una entrevista me preguntó si existía la erótica del poder, a lo que contesté que prefería el poder de la erótica. En mi celda aséptica, comienzo a pensar que en el amor en clausura se consume el poder y la erótica. Y solo llevo una semana.

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