Elías Israel Periodista
OPINIÓN

Luces y sombras de la Euro 2021

  • Lo mejor y lo peor de una Eurocopa que pasará a la historia del fútbol por diferentes motivos.
Vista general del estadio de Wembley durante la final de la Eurocopa 2020.
Vista general del estadio de Wembley durante la final de la Eurocopa 2020.
EFE
Vista general del estadio de Wembley durante la final de la Eurocopa 2020.

Ninguna paradoja resume mejor la gran competición de selecciones del continente (Brexit incluido) que mezclar el mérito de disputarla en 11 sedes en tiempos de pandemia con la desproporción de un formato que ha acabado favoreciendo claramente a Inglaterra. La última imagen de los alrededores de Wembley y el estadio llenos hasta la bandera muestran el dislate y las decisiones caprichosas de último minuto, desvirtuando el espíritu de la competición que es bandera de la UEFA. Las patéticas imágenes de altercados y problemas de seguridad en la capital inglesa muestran el problema organizativo a gran escala que tuvo la competición.

Las luces del torneo tienen que ver con las emociones, con los finales agónicos y la sobredosis de tanda de penaltis, mala para los corazones y buenas para los tenedores de los derechos televisivos, que dispararon sus audiencias.

En un año tan complicado, la competición ha estado muy marcada por el cansancio de los jugadores, que han llegado exhaustos al mes de julio. Este factor ha igualado sin duda las fuerzas de selecciones con menos nombre, pero que demostraron ser muy competitivas. Lo emocional ha jugado un factor diferencial. Dinamarca, una de las sensaciones del campeonato, se sobrepuso al impactante susto protagonizado en su primer partido por Christian Erikssen hasta alcanzar las semifinales.

Los octavos y los cuartos de final fueron los picos de la montaña rusa en la que se convirtió una competición sorprendente. Todos los favoritismos de antemano apuntaban al grupo de la muerte, con Francia, Alemania y Portugal. El campeón del mundo y el de Europa decepcionaron. Los goles del Pichichi Cristiano sirvieron para poco mientras la Maanschaft de Löw cayó con estrépito en su despedida como seleccionador. Francia, con un Benzema renacido y un M’Bappé desaparecido, dejó un mal sabor de boca.

La generación dorada del fútbol belga, con Courtois, Lukaku, De Bruyne y lo que queda de Hazard perdió una nueva oportunidad de hacer historia, lastrada por las lesiones y el infortunio.

Países Bajos, que transitó por el lado bueno del cuadro, demostró que siempre tendrá futbolistas, pero les faltó plan de banquillo.

Las selecciones que menos se esperaban aparecieron. Fue el caso de República Checa, con la eclosión de un gran Schick o de Suiza, que dejó impronta de equipo bien organizado y con alma. Incluso España atisbó un interesante futuro y llegó más lejos de lo esperado cuando pintaba regular. La aparición de Pedri en el panorama internacional es una invitación a soñar.

Inglaterra, que jugó cuesta abajo todo el torneo, no pudo con su historia. Todo parecía preparado para su cetro, pero la horrible tanda de penaltis final, con los cambios de Sancho y Rashford, marcan el camino de Southgate.

Una Eurocopa de laterales y porteros, por encima de goleadores. Entre el desafortunado Spinazzola y Luke Shaw se podría escuchar el paralelismo de la final.

El campeón Italia merece párrafo aparte. Mancini consiguió mezclar el fútbol de sus bajitos (Verratti, Insigne, Chiesa y Barella) con la jerarquía de una columna vertebral imperial (Donarumma, Bonucci, Chiellini y Jorginho). Fue escudo y lanza, tuvo fútbol, experiencia y corazón. Sólo se desfiguró en el campeonato cuando España le quitó el balón, pero fue justísimo vencedor.

Esta Eurocopa demostró que las distancias en el deporte rey son cada vez más cortas y que el fútbol, como vehículo de emociones, no tiene parangón, por mucho que haya quien pretenda cambiarlo.

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