Leía esta semana un comentario del escritor y diplomático Juan Claudio de Ramón con el que me identifico al cien por cien: "En España no tenemos un problema de reconocimiento de la diversidad sino un problema de falta de reconocimiento de lo común". De Ramón se lamentaba de la desaparición del castellano de las clases de Infantil y de Primaria de Baleares, pero su observación vale para casi todos los escenarios de nuestra goyesca vida política y se hace aún más patente en situaciones tan dolorosas como las que estamos viviendo.
Nuestras autonomías actúan como reinos feudales y autárquicos, echándose las bombas víricas a la cabeza
La Covid-19 nos ha puesto delante del espejo de nuestros demonios: somos alérgicos a la cooperación. Nuestras autonomías actúan como reinos feudales y autárquicos, echándose las bombas víricas a la cabeza, y el Gobierno central se abstiene durante todo un verano de ejercer su función coordinadora como si las comunidades pertenecieran a los Länder germánicos o a los distritos franceses y no al Estado español.
Entretanto, batimos récords de contagios en un Decamerón veraniego qué será estudiado por su irresponsabilidad y nos mostramos metafísicamente incapaces de dar datos fiables sobre la mortalidad de la pandemia, de acordar los puntos esenciales de la urgente reconstrucción económica o de aportar seguridad y tranquilidad a los millones de padres y madres asustados con el regreso a los colegios, a los institutos y a las universidades
Como país, no pasamos el corte de la Selectividad de las sociedades avanzadas. Fallamos en primavera cuando descubrimos que nuestra sanidad pública no era tan maravillosa como pensábamos y vamos por el mismo camino en el test otoñal de la vuelta a las aulas. No cuidamos lo común. Y así nos va. l
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