Helena Resano Periodista
OPINIÓN

La tiranía del algoritmo

La aplicación de Facebook, en un teléfono móvil.
La aplicación de Facebook, en un teléfono móvil.
PIQSELS
La aplicación de Facebook, en un teléfono móvil.

La garganta profunda de Facebook puso luz sobre una práctica que puede resultar tremendamente peligrosa y que inunda y dirige gran parte de nuestro día a día: el algoritmo. Las empresas llevan años analizando miles de datos para saber cómo rentabilizar mejor sus campañas, sus productos, sus lanzamientos, a qué público dirigirse. Recaban información de nosotros, sin necesidad de preguntar, simplemente rastreando nuestra huella digital. Y toda esa información ha convertido al algoritmo en el nuevo rey de la empresa: el que decide estrategias, el que da beneficios, el que quita y pone empleados según la tendencia que marque... Es un frío dato, una fría estadística replicada miles de veces que sentencia sobre la vida de miles de personas, sin necesidad de aplicar ninguna emoción o empatía.

Esto en el ámbito empresarial, pero no lo duden, el algoritmo también se ha convertido en el rey de las estrategias políticas: también decide campañas electorales, mensajes e incluso alianzas. Las campañas norteamericanas, auténticas maquinarias de recaudar y gastar miles de millones de dólares, llevan años redirigiendo su voto hacia ese potencial votante. No se trata de lanzar una lluvia de anuncios o publicidad electoral al tuntún: saben a qué diana dirigirse y en qué diana acertar. Optimizan recursos y dinero y les funciona. Y lo hacen gracias a los datos, a la información que recaban y que analizan minuciosamente. El problema es que el algoritmo, siempre, acaba teniendo una cara B.

"Acaban eligiendo por nosotros, privándonos de la capacidad de poder cambiar de opinión"

Todas las aplicaciones lo usan. Las recomendaciones que nos llegan de las plataformas de pago se hacen a través de nuestras preferencias. Analizan qué vemos, durante cuánto tiempo permanecemos en ese capítulo, serie o programa, qué tipo de programa es, con cuánta frecuencia lo vemos, cuándo lo vemos, y a partir de ahí nos proponen un listado de preferencias: acaban eligiendo por nosotros, privándonos de la libertad de explorar cosas diferentes, programas diferentes, privándonos de la capacidad de poder cambiar de opinión, quizás la libertad más poderosa del ser humano.

El problema es cuando el algoritmo no está programado o pensado para hacernos las cosas más fáciles, sino para todo lo contrario: provocar en nosotros estímulos o sensaciones quizás no buscadas pero muy beneficiosas para la plataforma o empresa que nos lo está ofreciendo. Es el caso de Facebook. Según la confesión de su exempleada, buscaron potenciar la discusión y la división. Este tipo de ‘conversaciones’ en la red generaban más tráfico, más interacciones y, por tanto, más negocio para la plataforma. Si el ambiente en la calle o en la sociedad acababa incendiado, era lo de menos. El algoritmo reportaba que eso beneficiaba a la empresa y a por ello. Es la tiranía del dato

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