Es ya casi un tópico que en España la oposición no gana el Gobierno sino que lo suele perder quien lo ocupa. Basta con recordar las circunstancias de los sucesivos relevos de presidentes, que lleva a pronosticar que así será en el siguiente cambio, aunque la decisión, en cualquier caso, la tomaremos los electores.

Lo que está resultando insólito es la agitación desatada en el PP, con demasiados sectores excitados ante los datos favorables que les daban las encuestas hace algunas semanas. Las controversias de la gestión de la pandemia y la recuperación que no llega, con una inflación galopante, junto con la naturaleza de algunos de los aliados con los que pacta el PSOE para sacar adelante sus iniciativas, son circunstancias que pueden abonar el cambio del preferencias de los electores moderados que dan las mayorías. Más aún en plena decadencia de Ciudadanos.

Pero aún falta mucho para las elecciones y el PP no debería permitirse exhibir la guerra de los últimos días, que ese elector moderado entiende como una toma de posiciones ante un futuro electoral favorable. En la pelea combaten las dos almas del PP, y las dos necesarias: la que tiene que sumar de acuerdo con las realidades de los territorios, y la que tiene a Madrid como referente y puede permitirse polarizar al ritmo de su 22% del PIB.

Es un fuego amigo que traduce una preocupante falta de contención y madurez de los actuales líderes del PP. Nuestro sistema democrático necesita tener alternativa y el PP es depositario de una de las dos fuerzas políticas en torno a las que articular el Gobierno o la oposición. Es una posición... y una responsabilidad. Los miles de votantes que confían en ellos para defender su visión del mundo no se merecen este espectáculo que, en cualquier caso, va contra los intereses del propio Partido Popular.