En el país que tiene grabado a fuego que los trapos, incluso los políticos (sobre todo los políticos), se lavan en casa, el programa en el que Ana Obregón hablaba de un duelo desgarrador hizo un 15% de share, el humorista Ángel Martín habla de su esquizofrenia en uno de los libros más vendidos, y la denuncia del escritor Alejandro Palomas ha acelerado que se investiguen los casos de pederastia en la Iglesia española.
Salvo el primero, un dolor indescriptible, reflejado con dureza durante siglos en Dolorosas y descendimientos, los otros dos son rupturas de un tabú muy recientes. Su acogida, la catarsis que provoca, genera un inmediato efecto de alivio, una reivindicación de la dignidad personal y del relato propio cuyo alcance resulta complicado de medir. El tan valorado pudor se sustituye por la narración generosa. El silencio se rompe con la empatía por la persona que sufre.
Sin embargo, esta semana una mujer escupió a Alejandro por la calle. Una advertencia de que hay quien lee la realidad como si fuera ficción y esa ficción le desagradara. Una señal de alarma sobre el cuidado con el que debemos tratar estos testimonios, para que no sean percibidos como carnaza para quien solo tiene ansia de más drama en una temporada gris. Una llamada de atención sobre cómo cuidar a quien así se expone.
Anteayer me escupieron en la calle. Fue una señora. En Valencia. De camino a la estación. Se acercó, se bajó la mascarilla y me preguntó con una sonrisa si era Alejandro Palomas. Asentí. Entonces ella torció el gesto y me escupió a la cara: "Sois unos mentirosos hijos de p."
— Alejandro Palomas (@Palomas_Alejand) February 22, 2022
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