OPINIÓN

La guerra en el lenguaje

Consecuencias de un bombardeo nocturno en instalaciones militares ucranianas en Brovary cerca de Kiev, Ucrania, a 1 de marzo de 2022.
Consecuencias de un bombardeo en Kiev, este martes
SERGEY DOLZHENKO / EFE
Consecuencias de un bombardeo nocturno en instalaciones militares ucranianas en Brovary cerca de Kiev, Ucrania, a 1 de marzo de 2022.

Con cada una de las vueltas de tuerca con las que la vida nos está exprimiendo durante los dos últimos años hemos aprendido nuevos términos: neologismos, barbarismos, cultismos. Nuestro día a día se limita, nuestro vocabulario se enriquece. Una triste ganancia. Desde confinamiento a fajana, desescalada o contingencia por nevadas, un diccionario de catástrofes se abre y se usa a diario y hemos llegado a un tomo nuevo: la invasión de Ucrania.

Así, debatimos entre ucraniano o ucranio (ambas formas se admiten), entre Kiev (la forma rusa, mayoritariamente usada en español) y Kyiv, recién aprendida y ya adoptada. Se cuestiona la desnazificación que lleva a cabo un sátrapa, y se deletrea correctamente Zelenski, Klitschko o Járkov, la región con la que el Holomodor, otra manera aterradora de exterminio, se cebó hace ahora 90 años.

Las formas de matar en una ciberguerra o en una guerra híbrida se subdividen en misiles balísticos de corto alcance (SRBM) y antiaéreos S-300v, en bots y propaganda multicanal. Dicen que destruyen de manera selectiva, sin daños personales: la muerte siempre es azarosa, sea la de un soldado ruso de 19 años o la de una anciana ucrania con un pie amputado. La mezquindad y el egoísmo humano se imponen cuando se habla de cogestantes, cuya explotación reproductiva emerge en un conflicto como este limpia de eufemismos. Y ese nuevo lenguaje nos lleva a tiempos que se creían ya pasados, al frío y a un temblor de alma nuevo y tan viejo.

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