Con cada una de las vueltas de tuerca con las que la vida nos está exprimiendo durante los dos últimos años hemos aprendido nuevos términos: neologismos, barbarismos, cultismos. Nuestro día a día se limita, nuestro vocabulario se enriquece. Una triste ganancia. Desde confinamiento a fajana, desescalada o contingencia por nevadas, un diccionario de catástrofes se abre y se usa a diario y hemos llegado a un tomo nuevo: la invasión de Ucrania.
Así, debatimos entre ucraniano o ucranio (ambas formas se admiten), entre Kiev (la forma rusa, mayoritariamente usada en español) y Kyiv, recién aprendida y ya adoptada. Se cuestiona la desnazificación que lleva a cabo un sátrapa, y se deletrea correctamente Zelenski, Klitschko o Járkov, la región con la que el Holomodor, otra manera aterradora de exterminio, se cebó hace ahora 90 años.
Las formas de matar en una ciberguerra o en una guerra híbrida se subdividen en misiles balísticos de corto alcance (SRBM) y antiaéreos S-300v, en bots y propaganda multicanal. Dicen que destruyen de manera selectiva, sin daños personales: la muerte siempre es azarosa, sea la de un soldado ruso de 19 años o la de una anciana ucrania con un pie amputado. La mezquindad y el egoísmo humano se imponen cuando se habla de cogestantes, cuya explotación reproductiva emerge en un conflicto como este limpia de eufemismos. Y ese nuevo lenguaje nos lleva a tiempos que se creían ya pasados, al frío y a un temblor de alma nuevo y tan viejo.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios