Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El miedo del fascismo a la comedia

‘El gran dictador’ (1940).
‘El gran dictador’ (1940).
20minutos
‘El gran dictador’ (1940).

El fascismo ha encontrado un altavoz en el modo de uso de las redes sociales. La velocidad en la que se consumen los impactos audiovisuales hace más fácil picar el anzuelo de la provocación. Lo que indigna se retuitea y, entonces, es más visible. Así se ponen en el debate público temas que no están a debate, como los derechos humanos. Pero quien intenta rebatirlo con buenas intenciones, al final, casi que autoriza lo que rebate. Porque mientras pretende combatirlo, pone en el foco de lo que se puede debatir, por ejemplo, el odio. Resalta ese odio minoritario hasta hacerlo visiblemente más grande, más relevante.

Esta técnica es perfecta para los ultras, los intoxicadores de bulos y el fascismo clásico. Aunque ellos lo llamen "hablar sin complejos", también con buena destreza para el marketing. Ese "sin complejos" es más bien "sin tolerancia ni educación". De esta forma, se ofende y se marca la agenda con intolerancias que no existen en la convivencia diaria de la calle, pero de las que se habla durante horas y horas en redes y, como efecto rebote, en los medios de comunicación, que han convertido Twitter en una de sus principales fuentes de las que extraer temas. Y de ahí el debate enredado de la red salta también a los parlamentos, grandes y pequeños.

Esta regla de tres de "irrita y te harás más poderoso", pues aquellos a los que ofendas te darán autoridad y relevancia, podría trasladarse de igual manera de las redes sociales al humor. Los fascistas podrían pensar aquello de "que hagan comedia con nosotros", ya que lo importante es que se hable de nosotros y, así, más popularidad e influencia social logrará el discurso de división y sumisión que pretenden implantar. Pero no. Desde Goebbels, el fascismo es astuto colocando y unificando mensajes para entusiasmar a una masa decepcionada y confundida. Y la confusión funciona muy bien en la rapidez con la que se mueve la información hoy. Primero esa confusión se incrementa en el run-run de las redes y, después, los medios ávidos de audiencia rápida caen en la trampa de difundir tal caos. Aunque no esté contrastado. Aunque los artículos no representen los matices de realidad y sólo sean un recopilatorio de las tesis de un puñado de tuits sin ton ni son. Pero la controversia ferviente da clics.

En cambio, la comedia inteligente ridiculiza. El humor fomenta un espíritu crítico que nos hace plantearnos las circunstancias desde sus cimientos. Por eso la comedia da pavor al fascismo. Se enfada mucho con ella e intenta censurarla. La prefiere esconder en armarios, no vaya a ser que desenmascare las intenciones, pues la buena risa crea una sociedad más creativa y menos simplista. Una sociedad que no pica tan fácilmente en la demagogia que ahora se viraliza por la red, antes por el boca-oreja. Mientras las redes sociales hacen vigoroso al villano prestando mucha atención a sus disparates, la comedia lo hace pequeñito dejando en evidencia sus intenciones. Ahí está la diferencia entre la visibilidad que te otorga la simplificación de las redes y la visibilidad a la que te expone el humor con desarrollo.

"La equidistancia está ganando a la osadía. Es un síntoma de nuestro tiempo. Pero no: en todo no se puede ser equidistante"

La comedia nos relativiza y nos da herramientas para crecer, para entender la realidad. Pero, paradojas de la vida, da la sensación de que los comediantes que se atreven con ingenio a reírse del populismo tóxico ahora se esfuman de las parrillas televisivas. Lo hacen con un peculiar, sigiloso y perturbador efecto dominó. La equidistancia está ganando a la osadía. Es un síntoma de nuestro tiempo. Pero no: en todo no se puede ser equidistante. Con la intolerancia no se puede ser tolerante. No hay debate ni opiniones sobre derechos humanos esenciales. Aunque nos empiecen a hacer creer que sí a golpe de retuit. 

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