Vivimos muchos otoños esperando con impaciencia el llamado Puente de los Santos, anticipo de la euforia navideña, y por primera vez este año nuestras ilusiones se vieron frustradas. Los planes para salir durante unas horas a respirar aire puro fuera, aunque fuese compartiendo la tristeza de los cementerios, se perdieron en el calendario bisiesto y siniestro de este puñetero 2020. Para mayor inri, el tiempo fue tentador: soleado y apacible. Lo malo es que al puente le faltó el río y hasta el agua pasando por debajo. 

Los confinamientos -perimetrales, locales o de zonas básicas de salud, algo que ni Dios entiende por mucho que la ínclita señora Ayuso explique – nos han dejado estos días únicamente con libertad para gastar, solo con la condición de que sea en el propio barrio, y antes de las doce de la noche. 

La apertura de la economía al exterior para que el dinero circule y se genere empleo ha permanecido vedada. Lo dispuso así la presidenta de Madrid y lo recomendó el alcalde de la ciudad. 

A gastar, chicos, pero sin salir de los límites impuestos por el coronavirus. Estamos a primeros de mes, acaban de pagar nóminas y pensiones y en pocas semanas viene la extra navideña. Así hay que por dinero que no quede. 

Eso sí, con mascarilla y distancia recíproca del vecino. No vaya a ser que con las prisas en llenar las bolsas que nos entren y para el puente de la Virgen de la Almudena ya no nos quede ni un euro y, lo que sería peor, se nos cruce el virus maligno por el camino y el próximo puente nos toque bajo tierra.