Volvemos de vacaciones y asistimos perplejos a la estampida en Afganistán, donde miles de personas han tratado de salir a la carrera con lo puesto tras la toma del poder por los talibán. Aún nadie se explica cómo el gobierno afgano pudo darse por vencido de forma tan repentina, la escasa resistencia ejercida por las tropas del país y, lo que es peor aún, cómo los servicios de inteligencia occidentales no pudieron detectarlo.
Tras 20 años de intervención de EEUU y sus aliados, el mundo asiste boquiabierto, en directo, a cómo la primera potencia del mundo –al menos hasta ahora– sale pitando de Afganistán con las balas rozándole los talones. Margarita Robles lo describe así: ha sido un "fracaso sin paliativos", "20 años para acabar así", o lo que es lo mismo que decir: para ese viaje no hacían falta esas alforjas.
El escenario que se abre no es fácil: Occidente tiene que conjugar cómo lograr ayudar a los que quieren escapar del país con cómo gestionar estos movimientos de población una vez fuera de las fronteras afganas. Los estados de la UE buscan una actuación conjunta –este jueves se reúnen los ministros de Defensa– y la cuestión está en si serán capaces de algún acuerdo. El reto no será fácil.
Dentro de nuestras fronteras, la evacuación de Afganistán ha concluido con éxito, lo que no quiere decir que se haya diluido la responsabilidad de España con aquel país. Gobierno y oposición deben mostrar altura de miras ante una situación extremadamente delicada. Más allá de la tragedia humana, otra lectura de este desatino es que el equilibrio de fuerzas está cambiando, que el mundo despierta del sueño americano y que Europa pinta más bien poco.
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